El entenado (1983). Juan José Saer

El entenado de Juan José Saer

Hechos que pueblan el espacio y que tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillarnos, pero una cosa o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos. J.L.B. “El testigo.
 
…Esos recuerdos son, para cada hombre, como un calabozo, y está encerrado en ellos del nacimiento a la muerte. Son su muerte. Cada hombre muere de tenerlos únicos, porque justamente lo que muere, lo que es pasajero y renace en otros, lo que en las muchedumbres está destinado a morir, son esos recuerdos únicos que alimentan el engaño de un rememorador exclusivo que la muerte acabará por borrar. (Saer 190)

 

Un octogenario escribe sobre el tema que ha marcado y asediado su vida: la memoria de los indígenas entre quienes vivió en su juventud, cuando, como grumete de una expedición a las Indias, la tripulación de su nave fue eliminada y él llevado por los indios en calidad de algo que, hasta el momento en que escribe, no acierta a definir con precisión. Descartando la palabra cautivo, la más aproximada sería testigo, o rememorador de la existencia de esta tribu indígena.

Después de diez años de convivencia con los indios es enviado por ellos hacia una nave de españoles, con quienes regresa a Europa. Allá se instruye en las letras y el latín con el padre Quesada, tras cuya muerte se involucra con un grupo de actores. De ellos toma, después de muchos años, a tres niños que cría como sus hijos, con los que dedica el resto de su vida a la imprenta.

La mirada de los europeos reduce su historia a una leyenda, un episodio que puede ser fuente de entretenimiento. Para el anciano esos diez años entre los indígenas fueron la más alta experiencia filosófica, el único tema de su vida, que necesita asegurar más allá de su memoria y que intenta representar de distintas formas, la última de las cuales es la escritura, que es la novela misma.

En el relato de Saer convergen los tres productos culturales más importantes de la Grecia antigua: la historia, el teatro y la filosofía. La historia en la utilización de hechos y datos históricos, el teatro como una de las formas de representación de la historia y la filosofía como el acercamiento a la experiencia no solo de lo humano, sino de lo real, que sostiene la representación de los indígenas.

Independientemente de la realidad etnográfica de los indígenas de que trata la novela, la representación que hace de ellos el anciano en su discurso está regida por el problema filosófico por excelencia, el del ser, y por los distintos acercamientos que en la Grecia antigua generaron entorno suyo distintas escuelas filosóficas. El debate entre Parménides y Heráclito sobre la posibilidad del ser sólo sin el cambio o a pesar él, está ahí, en la prontitud con la que los indígenas intentaban restaurar la apariencia de su mundo ante la más mínima alteración, después de un ataque, por ejemplo. El ser como la lucha de opuestos de Empédocles también está: “Un indio me lo explicó: este mundo… está hecho de bien y de mal, de muerte y de nacimiento, hay viejos, jóvenes, hombres, mujeres, invierno y verano, agua y tierra, cielo y árboles; y siempre tiene que haber todo eso; si una sola cosa faltase alguna vez, todo se desmoronaría” (160). El problema de la relación del lenguaje con el pensamiento y la significación de las palabras, que recuerdan el Cratilo de Platón, está ahí, en la polisemia del idioma de los indígenas (172ss) o en la inexistencia de los verbos ser y estar y lo que esto implica para el modo de vida, las opciones éticas de los indígenas. La comprensión del ser como compuesto de causas material (y eficiente) y formal (y final) de Aristóteles, también está ahí, en la manipulación de la carne humana: el hombre es la unión del cuerpo y del alma, el alma sin el cuerpo es espíritu, el cuerpo sin el alma es un cadáver, no un hombre… comprensión, que también genera una ética. El escepticismo pirrónico que asume la impasividad moral ante la relatividad del mundo también está ahí.

La oposición entre filosofía como búsqueda y tratamiento de la verdad, a la sofística como búsqueda del convencimiento, aparece en el contacto con los europeos, a través del teatro. No era la verdad de lo que los indígenas son lo que el público quería ver ni lo que la compañía de actores ofrecía. Era la negación del conocimiento, lo que se quería oír.

Podría decirse que otro gran elemento que subyace al relato es la representación de la conciencia, puesto que se aprecian distintos elementos del psicoanálisis freudiano: la escena del festín antropofágico y orgiástico como representación de la inconsciencia, donde no existe el no y todo es posible, y otros comportamientos de los indígenas ligados a ese rito anual, como la pulsión de muerte: el deseo de comer a otros estaba regido por un deseo más primitivo, anterior, de comerse a sí mismos (168), y la compulsión de repetición. Sin embargo, hay que notar que el psicoanálisis freudiano para su enunciación y entendimiento requiere de modelos griegos, como Narciso y Edipo. De lo que resulta que es la riqueza del mundo griego, esa humanidad que es modelo de la humanidad, la que permea la descripción de los indígenas saerianos, obsesionados con el orden, con el ser, con lo real.

Me pregunto si al proponer como hombre verdadero (similar al que buscaba Diógenes, el cínico) al indígena, usando, sin embargo, un antecedente del hombre europeo del renacimiento, Saer, como autor, critica fuertemente la incapacidad de cuestionar el mundo, de buscar la verdad, de cumplir con el propósito de ser humano, no sólo del hombre de la época en la que sitúa su ficción, sino del hombre contemporáneo. La imagen de un hombre que ha cumplido la trayectoria del filósofo (como la que describe Platón, llevado en contra de su voluntad hacia donde puede contemplar el ser en sí, no la apariencia de las cosas), que rememora y que consigna, para que no sea olvidada, la existencia del hombre verdadero, parece un intento por impedir la extinción del hombre filosófico, que aún se asombra de la existencia y que desconfía de la apariencia y la cuestiona.

El uso de la imagen, si bien distorsionada, del cautivo, trae un horizonte nuevo al tema del cautiverio masculino en la literatura argentina. Anteriormente hemos visto, en los relatos “A Second Story of Two Brothers” de W. H. Hudson y “El cautivo” de J. L. Borges, cómo la prolongada permanencia de los cautivos entre los indígenas les hizo adoptar una segunda naturaleza y pese a la oportunidad del regreso a sus familias, no quisieron deshacerse de ella. En este caso, lo que tenemos es una convivencia relativamente corta entre los indígenas, el narrador vive con ellos diez años, y un regreso y adaptación a la sociedad de origen, que genera, sin embargo, desconcierto, a causa de la fuerza de la experiencia entre aquellos que eran tan distintos. Una experiencia que al narrador le resulta inefable, como incomunicable es para Murdock, “el etnógrafo” de Borges, el secreto que aprendió entre los nativos… La vida de estos dos hombres transcurre (entre libros) en sus sociedades de origen por mucho más tiempo del que vivieron entre indígenas, condenados a no compartir con sus contemporáneos esa vivencia. El octogenario intenta comunicarla. ¿Lo logra?

BIBLIOGRAFÍA

Borges, J. L. “El cautivo”. El Hacedor. 1960. Obras Completas II. Bogotá: Planeta, 2007, p. 199.

___. “El etnógrafo”. Elogio de la sombra. 1969. Obras Completas III. Bogotá: Planeta, 2007, p. 419-420.

___. “El testigo”. El Hacedor. 1960. Obras Completas II. Bogotá: Planeta, 2007, p. 209.

Hudson, W. H. “A Second Story of Two Brothers”. A Traveller in Little Things. (1921). http://www.online-literature.com/wh-hudson/traveller-in-little-things/6/ 22.05.09

Saer, Juan José. El entenado. Barcelona: Destino, 1998.

 

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