“Pablo Pumilio”: pseudo picaresca sin pícaro

En el relato “Paulo Pumilio” (1981) de Rosa Montero se aprecian varios puntos de contacto con la estructura de la narrativa picaresca. Sin embargo, el protagonista y narrador de la historia no es un pícaro.

Algunos elementos del texto que podrían asociarse con la tradición picaresca son: la forma autobiográfica del relato, que comienza con la descripción del origen y la infancia de Pablo Torres[i] y la enumeración de sucesivos episodios en los que se encuentra bajo la tutela, opresión o en compañía de otros personajes que facilitan su supervivencia en una vida itinerante. Además, Pablo escribe desde la cárcel, por lo cual se da la impresión de que tiene problemas con la ley. Sin embargo, vistos en detalle estos rasgos se alejan de esa misma tradición. Por ejemplo, en relación con la forma autobiográfica, Pablo se distancia de los narradores pícaros al indicar la circunstancia por la cual escribe: por encargo remunerado de una revista. El narratario, a diferencia del de novela picaresca no es un único personaje de condición social superior al narrador, pues Pablo escribe para el grupo de lectores de la publicación (sensacionalista) ‘El asesino anda suelto’. Su relato no es una declaración o confesión semejante a una carta o un texto legal, sino una respuesta a la morbosidad de los lectores, una acusación de esa bajeza, un producto comercial y una nota de suicidio.

Como en las novelas picarescas, Pablo se forma con dos personajes al servicio de instituciones, un cabo y un sacerdote, pero de ellos no aprende lecciones de doblez ni sobre cómo aprovecharse de las circunstancias, pues sus actuaciones no desvirtúan su posición estamental. Por el contrario, con ellos forja el ideal de hombre que busca. Un ideal que no está inspirado en modelos visibles en la sociedad en la cual vive, sino en lecturas que exaltan una masculinidad heroica, anacrónica, sacada de relatos de varones ilustres y epopeyas, por tanto, especialmente relacionados con la vida militar. Esto explica el tono misógino de su relato.

En tanto que, como Don Quijote, su vida es guiada por lecturas heroicas del pasado (aunque no medievales, sino de la antigüedad grecorromana), el desencuentro de Pablo con la sociedad es muy distinto al de los pícaros. El pícaro trata de encajar (o medrar) en la sociedad y cree que es cuestión de algo externo, el nombre, la ropa, cosas que mostrar, la apariencia, un cargo. En cambio Pablo Torres cree que son las cualidades morales las que definen la grandeza del hombre, y advierte que la sociedad entera está muy por debajo de sus estándares y muy lejos de comprender su ideal[ii]. En contraste con la sensualidad y banalidad de los pícaros, que buscan satisfacer sus necesidades –hambre, frío y reconocimiento– Pablo se ocupa poco de pensar en sus precariedades y se dedica a juzgar a la gente de acuerdo con su modelo de humanidad, de masculinidad centrado en actitudes más que en cualidades físicas. Pablo se presenta a sí mismo como homosexual, pero su homosexualidad no es carnal. Alude simplemente a su admiración por las cualidades masculinas[iii] de orgullo, honor, magnanimidad y capacidad de mando, valores que en principio atribuye a Gran Ali (éste sí un pícaro, que quiere ser otro y que se busca la vida en el bajo mundo, manipulando gente y circunstancias). Pablo no se ve a sí mismo como antítesis de su ideal, más bien, desde su perspectiva, lo son los otros personajes con quienes vive desde su llegada al Jawal: Pepín, Asunción y más tarde, tras su viaje transatlántico, Ted. Es en estos personajes de inframundo en los que cifra las críticas que en la picaresca se hallan en los personajes que representan distintos estamentos sociales: la doble moral, el parasitismo, la cobardía. En este sentido su crítica es muy convencional y nada subversiva. La descomposición social se atribuye a los pobres, desheredados, malhadados, los nadie. Gente de bajo nivel intelectual y moral, como Pablo supone también que lo son los lectores de la revista para la cual escribe.

Otro contraste con la figura del pícaro se da en el hecho de que Pablo no es un personaje ignoto. La prensa ha hecho de su vida un espectáculo público: el hombre diminuto, homosexual, condenado por homicidio (su único delito). Su calidad de figura más o menos pública le da la oportunidad de escribir su historia, en la cual él concilia dos cosas: satisfacer la sed de morbo de los espectadores, pero a la vez, alejarse de ellos, validándose a sí mismo, como un ser autónomo de la sociedad a través de su escritura y del honroso suicidio con el que marca su independencia de ésta. Su escisión con la sociedad hace de él un ser solitario, pero de una soledad más radical que la de cualquier pícaro, porque el pícaro quiere hacer parte de ella, pero Pablo no.

Por todas estas diferencias que surgen de un aparente aire de familia con la narrativa picaresca, puede concluirse que “Paulo Pumilio” es un relato pseudo picaresco sin pícaro.



[i] Nótese que es un nombre ordinario, como generalmente es el de los pícaros de novela.

[ii] Afirma: “Con la pubertad… llegaron… los primeros encontronazos con esta sociedad actual, tan ciega y miserable que no sabe comprender la talla verdadera de los hombres…”. Se refiere a que esta talla no es física, pues él cree tenerla aunque sea extremadamente bajo.

[iii] Es decir, llama homosexualidad a lo que es simplemente misoginia.

This entry was posted in Literatura española. Bookmark the permalink.

1 Response to “Pablo Pumilio”: pseudo picaresca sin pícaro

  1. Alex Ross says:

    Muy perspicaz tu comentario. Gracias!

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *