El día señalado (1964). Manuel Mejía Vallejo

El día señalado, novela ganadora del Premio Nadal en 1963, es un cruce de relatos en el que convergen dos generaciones de habitantes del campo, enfrentadas a distintas manifestaciones de violencia y unidas por la tradición de la riña de gallos.

Las tres partes en que se divide la novela están precedidas por prólogos, que son relatos con sentido completo en sí mismos, correspondientes a cuentos escritos por Mejía Vallejo hacia 1959. El primer prólogo es el cuento “Aquí yace alguien”, el segundo es el cuento inédito “Violencia”, y el tercero, es “Las manos en el rostro” (Escobar 9). La primera parte comprende los capítulos 1 a 11, la segunda, 12 a 21, y la tercera, 22 a 31. En cada parte se alternan dos narraciones que se diferencian en la duración del tiempo en que transcurren los hechos y en la voz narrativa. Una serie de capítulos corresponde a la historia de Tambo desde la llegada del nuevo párroco, el padre Barrios, hasta el día de la toma guerrillera que ocurre durante las ferias del pueblo, en 1960. Esta parte es relatada por un narrador omnisciente. La segunda serie de capítulos, es narrada por su protagonista, como memorias de un tiempo lejano y comprende los eventos de un solo día: la llegada del forastero a Tambo, el día de la toma guerrillera.

En la primera serie se narra la actuación del padre Barrios en Tambo, a favor de un cambio de actitud de la población hacia la violencia imperante en la zona. En Tambo mandan el gamonal Heraclio Chútez y el Sargento Mataya. El Cojo Chútez es propietario de casi toda la tierra y salvo una, ha conseguido todas sus propiedades por medios ilegales, sembrando terror en los campesinos con sus esbirros y con los soldados de Mataya. La gente de Tambo, católica y cívica, ha concentrado toda idea de pecado y maldad en la prostituta del pueblo, Otilia, y en los guerrilleros del páramo. Los señalamientos hacia estas personas hacen que los lugareños no tomen los abusos de autoridad y la represión de la población civil como problemas morales.

En la serie de capítulos protagonizados y relatados por el forastero se sigue el itinerario del joven anónimo que llega a enfrentar al hombre que lo engendró y le incumplió a su madre la promesa de volver, habiéndole dejado como prenda de su regreso un gallo de pelea. El odio acumulado le confiere un valor que le permite desafiar todo lo que en Tambo responde al dominio del Cojo Chútez, las provocaciones y amenazas de sus matones y sus abusos (exacciones) contra los habitantes del pueblo. El forastero vence en todos los desafíos, incluso en el que lo llevó a Tambo. Logra enfrentar a su gallo Aguilán, descendiente del que Chútez le dejó 25 años atrás a su madre, con Buenavida, otro descendiente del primer Aguilán. El forastero, teniendo la oportunidad de matar a su padre, no lo hace. La riña de gallos es suficiente para agotar su odio y cumplir su venganza.

Otros desquites hacen parte del relato alterno. El Sargento Mataya, aliado de Chútez en el sometimiento de la población, se apresta a cumplir la orden oficial de erradicar a los guerrilleros como una venganza personal por sus pérdidas en previos enfrentamientos con “los chusmeros” del páramo (147). Pero el sepulturero del pueblo ayuda a los guerrilleros a emboscar al ejército como retaliación por los abusos de los militares.

El proyecto de reconciliación del padre Barrios empezaba a surtir efecto para la época de las ferias. El Cojo Chútez había cedido su única propiedad bien habida para que los parroquianos cumplieran la penitencia impuesta por el cura en lugar de los rezos: sembrar fique y otras plantas y árboles. La cercanía del sacerdote le ayudó a tomar conciencia sobre su pasado y “de pronto le pareció ridículo todo aquello por lo que se hizo fuerte” (150). Es entonces ante un gamonal disminuido que se enfrenta el forastero, quien reconociendo la debilidad de Chútez ante la sorpresa de verse desafiado por un hijo que no conocía, reflexiona sobre su propia capacidad y la necesidad de ser cruel. Elige no serlo y abandonar la escena de un gamonal destrozado ante la opinión pública y dejar el pueblo en el momento en que los habitantes han cobrado a Mataya su crueldad, envenenando a todos los militares y recibiendo con cohetes a los guerrilleros.

Al estudiar la dimensión de la violencia en la novela  se encuentran  símbolos que es preciso ver desde su naturaleza patriarcal. La gallera como espacio en el que converge el pueblo para el espectáculo del poder: en la gallera son vencidos Chútez y Mataya. La riña de gallos como metáfora de la vida, como enseñanza para la vida masculina, dice Chútez que “los gallos enseñan a vivir” (76). El gallo mismo como símbolo de masculinidad[1]: Cuando el cura le pregunta al forastero a qué ha venido, él le contesta que al desafío y piensa “de gallos, de hombres contra hombres” (207). Las espuelas como ornamento que enfatiza la identidad entre el gallo y el  hombre. Otros símbolos importantes son el páramo, que es la montaña de los guerrilleros, y el crucifijo del padre Barrios, que el sacerdote aprieta en los momentos en los que defiende su visión de hombre (humanidad) ante los personajes que encarnan la violencia.

Las historias familiares son un punto de partida para examinar el papel de la paternidad en la formación de la violencia y en la búsqueda de la paz. José Miguel Pérez, protagonista del  prólogo, es hijo de María, una lavandera del pueblo, y un forastero que la abandonó, prometiéndole volver. La imagen de la mujer abandonada que cría a un hijo sola se repite en la historia el forastero que reta al Cojo Chútez y puede suponerse que se repetirá con Marta, la joven que estaba comprometida con el difunto José Miguel y que tiene una relación sexual con el forastero antes del duelo en la gallera. A la imagen de padre ausente se contrapone la de madre ausente en el escenario familiar del sepulturero y su hijo, una familia en la que las mujeres del hogar fueron asesinadas por el ejército por vivir en el páramo. Pero, sobre todo, se contrapone una imagen paternal bonachona en la memoria del sacerdote, cuyo padre era llamado por la madre “El hombre” (98). El cura Barrios viene a ser “el hijo de El hombre” y es el personaje que sufre por todos, víctimas y victimarios, por la gente del pueblo, por los guerrilleros, por los soldados.

La idea de padre ausente no parece sugerir una causa recurrente de la violencia, pero la sustitución de la figura paterna por el gallo como modelo para la formación de un hombre ocupa un lugar preponderante en la novela al respecto, así lo muestran no sólo personajes como el forastero, el Cojo Chútez y el Sargento Mataya, también Antonio Roble, el hijo del propietario de la gallera, que es el líder guerrillero. La prontitud a sustituir una figura de mando por otra determinada en razón de su potencia se aprecia a mayor escala en el hecho de que el pueblo empata rápidamente la decadencia del poderío de Chútez y Mataya con el recibimiento de los guerrilleros, quienes con la emboscada mostraron ser más fuertes[2]. La riña de gallos entre Aguilán (gallo del forastero) y Buenavida (gallo de Chútez), y la toma guerrillera son dos eventos heroicos, en el sentido freudiano. Los guerrilleros son los jóvenes del pueblo que se oponen al régimen bipartidista[3] y el desafío del forastero a Chútez, en el que lo vence, no se da sólo durante la riña, sino durante todo el día que el joven permanece en Tambo, pues no muestra temor ante los matones del gamonal y se enfrenta a ellos en defensa de don Jacinto, cuando está siendo extorsionado por ellos.  En esos eventos impone su visión de coraje y justicia.

La oposición a estos casos de masculinidad violenta son José Miguel, hijo de madre soltera, quien tenía interés en su caballo alazán y tocaba la guitarra, es decir, era ajeno al mundo de los gallos, y el cura Barrios, que reproduciendo el comportamiento de su padre, un cultivador, intenta llevar al pueblo hacia una convivencia pacífica, comprometiéndolo en su proyecto de reforestación de la zona.

OBRAS CITADAS

Escobar Mesa, Augusto. “Lectura sociocrítica de El día señalado”. Sincronía, invierno (2000). Web.  http://sincronia.cucsh.udg.mx/escobar.htm

Mejía Vallejo, Manuel. El día señalado. 1964. Bogotá: Plaza y Janés, 1986.


[1] De la más atroz masculinidad: hay un mensaje en el hecho de sacarle el feto a una mujer embarazada y meterle un gallo en el vientre (prólogo de la segunda parte).

[2] Encuentro en este hecho una proposición sobre la experiencia del poder en Colombia: no se constituye por la voluntad popular determinada por una orientación ideológica, sino por una respuesta sumisa ante la imposición de un grupo dominante por medios violentos.

[3] Aunque esto no es explícito en la novela, puede deducirse de la fecha de la muerte de José Miguel, 1960, que es la época de instauración del Frente Nacional, el cuerdo de alternancia del gobierno entre los partidos conservador y liberal entre los años 1958 y1974.

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