“From Serf to Self: The Autobiography of Juan Francisco Manzano”. Silvia Molloy

 

“From Serf to Self: The Autobiography of Juan Francisco Manzano”

 El estudio de Silvia Molloy sobre la autobiografía de Juan Francisco Manzano, un esclavo cubano del siglo XIX, abre citando las primeras líneas del texto, paso importante para discutir dos puntos esenciales: lo diferente de su escritura y la manipulación a la cual ha sido sometida. A continuación se contrasta la cita de la primera edición cubana, cercana al manuscrito de Manzano, y la versión modernizada que se ha popularizado en las últimas décadas:


“La Sra. Da. Beatriz de Justiz Marquesa Justiz de Sta. Ana, esposa del Sor. Don Juan Manzano, tenía gusto de cada vez qe. iva a su famosa asienda el Molino de tomar las mas bonitas criollas, cuando eran de dies a onse años; las traía consigo y dándoles una educación conforme a su clase y condisión, estaba siempre su casa llena de criadas…” (Edición cubana de 1937)

“La señora doña beatriz de justiz, Marquesa Justiz de Santa Ana, esposa del señor don Juan Manzano, cada vez que iba a su famosa hacienda el Molino gustaba de tomar las más bonitas criollas entre diez y once años. Las traía consigo, dándoles una educación conforme a su clase y condición. Así estaba siempre su casa llena de criadas…” (Edición de Ivan Schulman de 1975)


Molloy llama la atención sobre este comienzo, que parece una narración en tercera persona sobre la Marquesa, pero que resulta ser la historia personal de uno de sus esclavos. Éste es un primer indicador de lo diferente del texto, a lo que suma lo asistemático de la ortografía, la arbitrariedad de la puntuación y la despreocupada sintaxis (394).

Manzano escribe su biografía en 1835 a petición de su protector Domingo del Monte, para darle publicidad a la causa de la abolición en el exterior. Tras los retoques de Anselmo Suárez y Romero es traducida al inglés por Richard Madden, un magistrado británico que junto con un reporte, la presenta en la Convención General Anti-esclavista de Londres en 1840. El manuscrito de Manzano circuló clandestinamente en Cuba. Sólo algunos fragmentos del texto fueron integrados en la serie de biografías, Poetas de color, de Francisco Calcagno, pues, por razones políticas, la autobiografía completa no se consideró publicable hasta 1898 y, de hecho, su primera edición apareció un siglo más tarde, en 1937 (395-6).

Estos hechos, la escritura por encargo, los retoques, la traducción (poco fiel), las mutilaciones y su tardía publicación, hacen que Molloy describa el texto como extraordinariamente manipulado y, en esencia, un texto ‘desposeído’, usado por otros, sin ningún control sobre esos usos por el autor (396).

A través de las cartas de Manzano a Del Monte, Molloy explora los intereses detrás del proyecto de la autobiografía. Manzano había puesto su obra poética a disposición de Del Monte y éste aprovechó las capacidades del esclavo para su ambigua empresa ideológica, que, según Schulman, consistía en exaltar la figura del esclavo sumiso, a la vez que implicaba una suerte de sostenimiento ilegal de la esclavitud (n.13), o, según la evidencia de Molloy, anhelaba erradicar a los negros de Cuba (n.12). El proyecto de la autobiografía, sumada al expediente de Madden, se orientaba a mostrar los excesos de la esclavitud y a revelar por vías del testimonio del esclavo, que había en Cuba una juventud pensante dispuesta a señalarlos (399).

Según Molloy, Manzano identifica la escritura de su historia con la posibilidad de su liberación (401). Aunque inicialmente lo anima el proyecto, pronto se ve envuelto en el dramatismo que conlleva la escritura sobre sí mismo para otro lector, y un poco después su actitud hacia la autobiografía cambia.

Molloy estudia el cambio de actitud de Manzano a través de las cartas que le dirige a Del Monte. En la carta del 25 de junio de 1835 indica que ha empezado a escribir, pero se enfrenta a varias dudas sobre la rendición de experiencias destinadas a un lector, que le ha dado esperanzas de libertad, a quien no quiere decepcionar. Potencialmente, ese lector es también un público nacional e internacional. En dicha carta se ve a un Manzano considerando la retórica, la argumentación apropiada para que su relato resulte verosímil. Indica que sólo introduce eventos interesantes en consideración con el público de la obra (401). De otro lado, en la carta del 29 de septiembre Manzano declara que se guarda eventos interesantes para un proyecto posterior a su liberación: la escritura de una novela verdaderamente cubana (402). El hecho de que por ‘eventos interesantes’ Manzano considere dos cosas distintas en cada carta, llama la atención de Molloy. Según ella, su actitud ya no es servil, sino que exhibe un grado de resistencia, que se concentra en las cosas no dichas.

A continuación Molloy se dirige a la traducción de Madden, en la que Manzano desaparece como autor, pues la presenta como The Life and Poems of a Cuban Slave, y la autobiografía sufre supresiones y unos cuantos cambios. Llama la atención que ante estas alteraciones, algunos intelectuales sigan considerando la obra ‘an originally authored text’ (404). En la presentación de la obra como anónima puede percibirse el interés de ganar representatividad, se deja de mostrar el caso particular con la pretensión de hacer ese caso una generalidad. Molloy llama la atención sobre el hecho de que la versión modernizada de Schulman conserve ese anonimato en el título, Autobiografía de un esclavo (n.24) y señala que la estrategia de anonimizar relatos de individuos de grupos juzgados débiles, en aras de la representatividad, es una práctica común del grupo en el poder, cuyo efecto es que los autobiógrafos no sean aceptados en tanto tales, sino en tanto grupo. Ejemplo de la difícil aceptación de estas escrituras individuales, no anónimas, es la recepción de autobiografías de mujeres (406).

En la manipulación del Madden sobre el texto de Manzano se crea otro esclavo que no es él. La anonimización del autor es sólo una parte de la reelaboración de Madden, quien deshecha nombres de personas, lugares, los pasajes de tranquilidad y paz; altera el orden de los eventos para mostrar un sufrimiento que se incrementa a fin de retratar la desesperanza del esclavo. Asimismo elimina todo pasaje que puede crear una idea ambigua no sólo de Manzano, sino del esclavo cubano en general (406-7). Elimina todo lo que considera frívolo del texto, que para Molloy resulta todo lo “crucial para el entendimiento de Manzano, el hombre, y Manzano, el autobiógrafo, en su compleja relación con la escritura y con los libros” (408).

Aunque en la autobiografía Manzano haga muchas alusiones al cuerpo, y su función fuera ser un cuerpo-objeto, mucha de su corporeidad se pierde tanto en la traducción de Madden como en los estudios de comentaristas de la obra de Manzano. Para cubrir ese vacío Molloy apunta que en un aspecto de su corporeidad se pueden encontrar claves sobre la relación de Manzano con los libros, con la escritura, pues “la glotonería de Manzano sólo se equipara a su voracidad por la letra, y esa letra se le niega constantemente: los libros están fuera de su alcance, es castigado por recitar de memoria y se le prohíbe escribir (411)”.  Su buena memoria despierta sospechas, es condenado a la oralidad y luego es condenado al silencio. Sin embargo, él no permanece pasivo frente a esa condena, se da los medios para cambiar su destino de esclavo, alejado del ocio que las letras representan.

Residuo e imitación son las claves de la formación de Manzano. Usando lo que descartan los amos, se crea a sí mismo. Copia bocetos y copia escritura, reciclando lo desechado, aprende a dibujar y a escribir (412). En su habilidad para la imitación centra Molloy la posibilidad de su construcción como yo-lector-escritor. Un pasaje importante es aquél en el que Manzano describe cómo se enseñó a sí mismo a escribir a partir del papel descartado por su amo Nicolás Cardenas y Manzano, pues en él expone los fundamentos de su identificación y su identidad. Dice que se identificaba con los hábitos del joven, la lectura y la escritura, y que por fuerza de la copia sus caligrafías son idénticas (414). Molloy enfatiza que este comentario no implica que el esclavo se identificara con su amo, pero es a través de esa identificación con sus hábitos, que alcanza su propia identidad.

En la autobiografía Molloy descubre dos historias, una que responde al encargo de Del Monte, que es la del yo como esclavo, y otra de igual o mayor importancia, la historia de ese yo esclavo como lector y escritor (414).

La poesía de Manzano revela su capacidad de imitación. Molloy la califica de Neoclasicismo mediocre, completamente entendible en tanto que obedecía a la influencia de las lecturas de las que Manzano se nutría y la de sus compañeros de tertulia, los delmontistas, que sin duda intervinieron en su creación para hacerla publicable. A juicio de Molloy no debe hacerse de lado su poesía en el estudio de la obra de Manzano, pues ella demuestra cuán central es la imitación en su proceso creativo y en la construcción de su yo escritor, aunque también muestra, cómo el poeta Manzano fue construido por sus amigos.

En contraste, es precisamente en la autobiografía en la cual Manzano se construye a sí mismo sin la mediación de la imitación, pues no tenía ningún modelo que imitar, no había una tradición que seguir. Para complementar este logro de su escritura, Molloy anota que hacen parte de la autenticidad de la autobiografía, de su autorretrato, todas las características de su escritura que las sucesivas manipulaciones de su texto han querido borrar, lo que sus traductores y editores no han podido tolerar y que se ha expresado en la idea de que hay que limpiar el texto de impurezas para hacerlo más legible, con lo cual se le niega al texto la posibilidad de ser leído en sus propios términos. Molloy concluye su examen insistiendo en su propuesta de relación entre cuerpo y escritura en la historia de este hombre al afirmar que “de todas las ‘cicatrices perpetuas’ que marcaron el cuerpo de Manzano, esta bien puede ser la más cruel”.

 

BIBLIOGRAFÍA

Manzano, Juan Francisco. Autobiografía de un esclavo. The Autobiography of a Slave. Bilingual Edition. Translated by Evelyn Picon Garfield.Introduction by Ivan A. Schulman. WayneStateUniversity Press, 1996.

Molloy, Sylvia. “From Serf to Self: The Autobiography of Juan Francisco Manzano”. MLN, Vol. 104, No. 2, Hispanic Issue (Mar., 1989), pp. 393-417

___. At face value: autobiographical writing in Spanish America. Cambridge: CUP, 1991

Poems by a Slave in the Island of Cuba, Recently Liberated; Translated from the Spanish, by R. R. Madden, M.D. With the History of the Early Life of the Negro Poet, Written by Himself; to Which Are Prefixed Two Pieces Descriptive of Cuban Slavery and the Slave-Traffic, by R. R. M.: Electronic Edition. Documenting the American South. http://docsouth.unc.edu/neh/manzano/manzano.html

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Satanás (2002). Mario Mendoza

Novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2002 (Seix Barral), Satanás hace pensar en cuán exitosa ha sido la industria editorial en la destrucción de la literatura.

Satanás tiene como punto de llegada (y de partida, desde el punto de vista de la creación literaria) una masacre que conmovió a Colombia en 1986, porque no había cómo relacionarla con el conflicto armado. Campo Elías Delgado, un estudiante universitario, que había servido al ejército norteamericano en Vietnam, en un episodio psicótico abrió fuego contra los comensales de un restaurante del norte de Bogotá.

La jornada de asesinatos cometidos por Campo Elías, que concluye con la masacre de Pozzetto, se narra en el décimo y último capítulo de la novela, sin duda el primero en escribirse. Las vidas de tres de las víctimas constituyen 8 capítulos, relatados por una voz narrativa omnisciente, que desborda ingenuidad, parcialidad y superficialidad. El capítulo restante comprende un diario de Campo Elías, que es la introducción al protagonista. Los otros personajes importantes de la historia son Andrés, un retratista que puede imaginarse el rostro de la muerte de los demás; María, una huérfana que se une a un grupo de apartamenteros; y Ernesto, un sacerdote asustado de la maldad que cunde en el país, que decide retirarse del sacerdocio para casarse con su joven amante. Sobra decir que el fin de todos ellos es bastante predecible y que lo único novelesco es la manera como se relacionan estos personajes. El cura es el tío de Andrés y una suerte de padre putativo de María. El artista y su tío alguna vez cruzaron unas palabras con Campo Elías antes de la masacre.

¿Ofrece la novela algún tipo de justificación para la violencia protagonizada por Campo Elías? Son cuatro y no se articulan muy bien en el relato. Dos surgen del diario, solemnemente titulado “Diario de un futuro asesino”: primero, Campo Elías, siendo un ex combatiente de Vietnam estaba habituado a torturar y asesinar gente; segundo, tenía dificultades para relacionarse con las mujeres. De lo que puede resultar que la novela conecta su impotencia sexual con la violencia. Pero a estas dos hipótesis se suman la obsesión literaria de Campo Elías con El extraño caso del Doctor Jekill y Mister Hyde, de Stevenson, es decir el tema del doble[1], y la que parece la más sugerente de las causas: en noviembre de 1986, Bogotá estaba tomada por una fuerza maligna que había poseído tanto a la hija de una de las feligresas del padre Ernesto, como al mismo Campo Elías, quien con la sangre del sacerdote escribe en el suelo “Yo soy Legión” (281).

¿Hay en la novela otras alusiones a la violencia que determina el contexto histórico de la narración? Aparece la delincuencia común, representada en la historia de María, víctima, por ser objeto de dos violaciones y victimaria, por ser cómplice de los asaltantes para quienes drogaba hombres adinerados y por ordenar el asesinato de sus violadores. Y la violencia política, representada también en el pasado de María, testigo del asesinato de sus padres en una toma guerrillera en Miraflores, y en la mención de la toma del Palacio de Justicia de Bogotá por el M-19. Ahora, ¿esto se articula de algún modo con la historia de Campo Elías para dar cuenta de las múltiples violencias en Colombia? De ninguna manera, sólo señala lo obvio, su coexistencia, su simultaneidad.

Esta novela es una sumatoria de tópicos y de situaciones que no llevan al lector a descubrir una dimensión ulterior a lo explícitamente consignado. El carácter polisémico de la literatura está completamente ausente. Lo que está ahí es lo que es.

Los personajes son menos que planos, porque ni siquiera se los puede reducir a una frase, al único al que se le intenta dar profundidad psicológica es a Campo Elías y ésta se ve arruinada cuando el personaje se convierte en el autor material del plan para destruir al sacerdote, anunciado por el demonio que había poseído a una adolescente de la parroquia del padre Ernesto.

Andrés es un personaje tan insubstancial y traído de los pelos, que en la adaptación cinematográfica de la obra, fue el primero en desaparecer. Es el artista burgués que hace retratos y comentarios de obras de arte bastante conocidas de pintores como Massacio, Rossetti, Géricault y Gauguin. Su característica es la capacidad de imaginarse a los demás, muertos. María es la chica pobre que busca cambiar su modo de vida, pero resulta castigada en su intento de ascenso social: los violadores creen que atacan a una niña rica. Apenas tiene tiempo de arrepentirse de su prometedor trabajo y de abandonar la banda, cuando cae en la matanza. Ernesto, es un sacerdote de buena cuna, pero que oficia en una parroquia pobre. No soporta la inexplicable maldad que cunde en Bogotá y al retirarse del sacerdocio planea trabajar en un instituto de investigaciones sociales. ¿Qué puede ser más contradictorio? Las historias de estos personajes no son más que pretextos para llegar a la descripción de la masacre. No hay ninguna conexión significativa entre ellos y Campo Elías, más que estar en el mismo lugar, a la misma hora, al morir.

Satanás no ofrece ninguna innovación narrativa, la mayor parte de la novela es relatada en tercera persona  y el único cambio se da al incluir el diario del asesino. Los diálogos son muy pobres y a menudo innecesarios. El lenguaje es tan simple que cualquier lector puede sentirse tentado a sugerir unos cuantos sinónimos y unas tantas podas, y la escritura en general abunda en valoraciones axiológicas maniqueas, en las cuales se descubre una profunda misoginia. La maldad existe, pero es un misterio, y la mujer es una entidad deleznable. Esta novela carga unos estereotipos femeninos lamentablemente degradantes.

Da pena leer en la contratapa que “Satanás viene a confirmar a Mario Mendoza como uno de los máximos exponentes de la nueva narrativa colombiana”. Había que preguntarse cuál es esa nueva narrativa y cuál o cuáles las precedentes. Y si el tipo de narración, composición y redacción de Mendoza sugiere a alguien el adjetivo de notable, esto sepulta el mérito de cualquier escritor que se tome en serio su oficio, que reflexione intelectual y estéticamente sobre su materia narrativa, porque Mendoza no da la talla de escritor. Viene a ser más bien una vergüenza para la literatura colombiana, así haya conseguido el reconocimiento de un premio literario.

Sin embargo, en la consecución del premio es donde se aprecia la dimensión política de la novela. Mario Vargas Llosa recibió el Premio Biblioteca Breve en 1962 por La ciudad y los perros, Guillermo Cabrera Infante, en el 64 por Tres tristes tigres y muchos otros han sido galardonados por obras innovadoras. Satanás no lo es en ningún sentido. La exaltación de una obra que no ofrece ningún tipo de estímulo al lector, sino que lo desorienta, que lo apacigua, que lo reduce a consumidor de una prosa pueril, sin estructura y llena de clichés, es el hecho político. Que la industria editorial etiquete este tipo de producto cultural como literatura y que la dé a leer, manifiesta su compromiso con (y su lugar estratégico para) el encubrimiento de las redes de poder en el capitalismo actual.

No Satanás, sino Vade retro, debería llamarse la novela y el lector debería atender esa advertencia.


[1] Que se recrea en la dualidad de Campo Elías como instructor de inglés y como ‘hombre de acción’, como militar en combate.

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El día señalado (1964). Manuel Mejía Vallejo

El día señalado, novela ganadora del Premio Nadal en 1963, es un cruce de relatos en el que convergen dos generaciones de habitantes del campo, enfrentadas a distintas manifestaciones de violencia y unidas por la tradición de la riña de gallos.

Las tres partes en que se divide la novela están precedidas por prólogos, que son relatos con sentido completo en sí mismos, correspondientes a cuentos escritos por Mejía Vallejo hacia 1959. El primer prólogo es el cuento “Aquí yace alguien”, el segundo es el cuento inédito “Violencia”, y el tercero, es “Las manos en el rostro” (Escobar 9). La primera parte comprende los capítulos 1 a 11, la segunda, 12 a 21, y la tercera, 22 a 31. En cada parte se alternan dos narraciones que se diferencian en la duración del tiempo en que transcurren los hechos y en la voz narrativa. Una serie de capítulos corresponde a la historia de Tambo desde la llegada del nuevo párroco, el padre Barrios, hasta el día de la toma guerrillera que ocurre durante las ferias del pueblo, en 1960. Esta parte es relatada por un narrador omnisciente. La segunda serie de capítulos, es narrada por su protagonista, como memorias de un tiempo lejano y comprende los eventos de un solo día: la llegada del forastero a Tambo, el día de la toma guerrillera.

En la primera serie se narra la actuación del padre Barrios en Tambo, a favor de un cambio de actitud de la población hacia la violencia imperante en la zona. En Tambo mandan el gamonal Heraclio Chútez y el Sargento Mataya. El Cojo Chútez es propietario de casi toda la tierra y salvo una, ha conseguido todas sus propiedades por medios ilegales, sembrando terror en los campesinos con sus esbirros y con los soldados de Mataya. La gente de Tambo, católica y cívica, ha concentrado toda idea de pecado y maldad en la prostituta del pueblo, Otilia, y en los guerrilleros del páramo. Los señalamientos hacia estas personas hacen que los lugareños no tomen los abusos de autoridad y la represión de la población civil como problemas morales.

En la serie de capítulos protagonizados y relatados por el forastero se sigue el itinerario del joven anónimo que llega a enfrentar al hombre que lo engendró y le incumplió a su madre la promesa de volver, habiéndole dejado como prenda de su regreso un gallo de pelea. El odio acumulado le confiere un valor que le permite desafiar todo lo que en Tambo responde al dominio del Cojo Chútez, las provocaciones y amenazas de sus matones y sus abusos (exacciones) contra los habitantes del pueblo. El forastero vence en todos los desafíos, incluso en el que lo llevó a Tambo. Logra enfrentar a su gallo Aguilán, descendiente del que Chútez le dejó 25 años atrás a su madre, con Buenavida, otro descendiente del primer Aguilán. El forastero, teniendo la oportunidad de matar a su padre, no lo hace. La riña de gallos es suficiente para agotar su odio y cumplir su venganza.

Otros desquites hacen parte del relato alterno. El Sargento Mataya, aliado de Chútez en el sometimiento de la población, se apresta a cumplir la orden oficial de erradicar a los guerrilleros como una venganza personal por sus pérdidas en previos enfrentamientos con “los chusmeros” del páramo (147). Pero el sepulturero del pueblo ayuda a los guerrilleros a emboscar al ejército como retaliación por los abusos de los militares.

El proyecto de reconciliación del padre Barrios empezaba a surtir efecto para la época de las ferias. El Cojo Chútez había cedido su única propiedad bien habida para que los parroquianos cumplieran la penitencia impuesta por el cura en lugar de los rezos: sembrar fique y otras plantas y árboles. La cercanía del sacerdote le ayudó a tomar conciencia sobre su pasado y “de pronto le pareció ridículo todo aquello por lo que se hizo fuerte” (150). Es entonces ante un gamonal disminuido que se enfrenta el forastero, quien reconociendo la debilidad de Chútez ante la sorpresa de verse desafiado por un hijo que no conocía, reflexiona sobre su propia capacidad y la necesidad de ser cruel. Elige no serlo y abandonar la escena de un gamonal destrozado ante la opinión pública y dejar el pueblo en el momento en que los habitantes han cobrado a Mataya su crueldad, envenenando a todos los militares y recibiendo con cohetes a los guerrilleros.

Al estudiar la dimensión de la violencia en la novela  se encuentran  símbolos que es preciso ver desde su naturaleza patriarcal. La gallera como espacio en el que converge el pueblo para el espectáculo del poder: en la gallera son vencidos Chútez y Mataya. La riña de gallos como metáfora de la vida, como enseñanza para la vida masculina, dice Chútez que “los gallos enseñan a vivir” (76). El gallo mismo como símbolo de masculinidad[1]: Cuando el cura le pregunta al forastero a qué ha venido, él le contesta que al desafío y piensa “de gallos, de hombres contra hombres” (207). Las espuelas como ornamento que enfatiza la identidad entre el gallo y el  hombre. Otros símbolos importantes son el páramo, que es la montaña de los guerrilleros, y el crucifijo del padre Barrios, que el sacerdote aprieta en los momentos en los que defiende su visión de hombre (humanidad) ante los personajes que encarnan la violencia.

Las historias familiares son un punto de partida para examinar el papel de la paternidad en la formación de la violencia y en la búsqueda de la paz. José Miguel Pérez, protagonista del  prólogo, es hijo de María, una lavandera del pueblo, y un forastero que la abandonó, prometiéndole volver. La imagen de la mujer abandonada que cría a un hijo sola se repite en la historia el forastero que reta al Cojo Chútez y puede suponerse que se repetirá con Marta, la joven que estaba comprometida con el difunto José Miguel y que tiene una relación sexual con el forastero antes del duelo en la gallera. A la imagen de padre ausente se contrapone la de madre ausente en el escenario familiar del sepulturero y su hijo, una familia en la que las mujeres del hogar fueron asesinadas por el ejército por vivir en el páramo. Pero, sobre todo, se contrapone una imagen paternal bonachona en la memoria del sacerdote, cuyo padre era llamado por la madre “El hombre” (98). El cura Barrios viene a ser “el hijo de El hombre” y es el personaje que sufre por todos, víctimas y victimarios, por la gente del pueblo, por los guerrilleros, por los soldados.

La idea de padre ausente no parece sugerir una causa recurrente de la violencia, pero la sustitución de la figura paterna por el gallo como modelo para la formación de un hombre ocupa un lugar preponderante en la novela al respecto, así lo muestran no sólo personajes como el forastero, el Cojo Chútez y el Sargento Mataya, también Antonio Roble, el hijo del propietario de la gallera, que es el líder guerrillero. La prontitud a sustituir una figura de mando por otra determinada en razón de su potencia se aprecia a mayor escala en el hecho de que el pueblo empata rápidamente la decadencia del poderío de Chútez y Mataya con el recibimiento de los guerrilleros, quienes con la emboscada mostraron ser más fuertes[2]. La riña de gallos entre Aguilán (gallo del forastero) y Buenavida (gallo de Chútez), y la toma guerrillera son dos eventos heroicos, en el sentido freudiano. Los guerrilleros son los jóvenes del pueblo que se oponen al régimen bipartidista[3] y el desafío del forastero a Chútez, en el que lo vence, no se da sólo durante la riña, sino durante todo el día que el joven permanece en Tambo, pues no muestra temor ante los matones del gamonal y se enfrenta a ellos en defensa de don Jacinto, cuando está siendo extorsionado por ellos.  En esos eventos impone su visión de coraje y justicia.

La oposición a estos casos de masculinidad violenta son José Miguel, hijo de madre soltera, quien tenía interés en su caballo alazán y tocaba la guitarra, es decir, era ajeno al mundo de los gallos, y el cura Barrios, que reproduciendo el comportamiento de su padre, un cultivador, intenta llevar al pueblo hacia una convivencia pacífica, comprometiéndolo en su proyecto de reforestación de la zona.

OBRAS CITADAS

Escobar Mesa, Augusto. “Lectura sociocrítica de El día señalado”. Sincronía, invierno (2000). Web.  http://sincronia.cucsh.udg.mx/escobar.htm

Mejía Vallejo, Manuel. El día señalado. 1964. Bogotá: Plaza y Janés, 1986.


[1] De la más atroz masculinidad: hay un mensaje en el hecho de sacarle el feto a una mujer embarazada y meterle un gallo en el vientre (prólogo de la segunda parte).

[2] Encuentro en este hecho una proposición sobre la experiencia del poder en Colombia: no se constituye por la voluntad popular determinada por una orientación ideológica, sino por una respuesta sumisa ante la imposición de un grupo dominante por medios violentos.

[3] Aunque esto no es explícito en la novela, puede deducirse de la fecha de la muerte de José Miguel, 1960, que es la época de instauración del Frente Nacional, el cuerdo de alternancia del gobierno entre los partidos conservador y liberal entre los años 1958 y1974.

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