Doña Bárbara (1929). Rómulo Gallegos.

Doña Bárbara, es una de las novelas representantes del regionalismo, tendencia literaria de los años veinte que mostró una “manera de fabular” propia de Hispanoamérica, distinta a la europea, usando los territorios exóticos para desarrollar un conflicto básico: la pugna del hombre “con un medio físico indómito y fascinante, un mundo salvaje que intenta someter por su propia voluntad, con coraje o sentido de sacrificio” (Oviedo 226). Civilización y barbarie, se dice, es la oposición de términos que sostiene la obra, y lo es de una manera doble, porque se resemantiza.

La novela es la historia de la fundación y refundación de Altamira, una hacienda ganadera en los llanos venezolanos. En cada fundación esta oposición entre civilización y barbarie tiene una significación distinta. Evaristo Luzardo tomó las tierras de los indígenas Yaruros, aniquilándolos a sangre y fuego (153) y en ellas fundó el hato que sus descendientes conservaron y aumentaron a través de la misma práctica ‘civilizatoria’. La división de la hacienda se dio varias generaciones después y su existencia se vio amenazada por el avance de la hacienda El Miedo, fundada por Doña Bárbara, valiéndose de los mismos medios que los Luzardo: la coacción, la amenaza, la violencia, el despojo. El Miedo se fundó a partir de La Barquereña, parte de Altamira, propiedad de Lorenzo Barquero, quien también era un Luzardo. Doña Bárbara incorporó a su conquista inicial, en acuerdos de una legalidad escurridiza, muchos otros hatos aledaños, incluyendo otras partes de Altamira.

El último descendiente directo de Evaristo, el abogado Santos Luzardo, llegó de Caracas para reconocer la hacienda antes de venderla, pero sus planes cambiaron al escuchar acerca de Doña Bárbara y sus métodos de expansión. Santos se propuso recomponer Altamira, transformando el modo de producción en la hacienda y haciendo cumplir la legislación pertinente en vez de acudir a las vías de hecho para resolver conflictos entre hacendados. En su proyecto civilizador, la cerca que establece la propiedad privada, la legislación que la asegura y la modernización de la ganadería, ocupan el lugar de la erradicación de los aborígenes y el implantamiento de la ganadería en el que consistía el de Evaristo. Y el medio de la violencia que determina la legalidad en la región, impuesto por los fundadores, así como los métodos tradicionales de la ganadería, ocupan el lugar de la barbarie.

La novela consta de tres partes. En la primera se descubren las historias de los personajes principales, Santos Luzardo, Doña Bárbara y Marisela, la hija repudiada de la hacendada. También se presenta la historia de la fundación y decadencia de Altamira y el surgimiento de El Miedo. En esta parte se caracteriza a Doña Bárbara como una mujer monstruosa para los estándares de la época: hombruna, autoritaria, una madre desnaturalizada, cuyo poder radica en la riqueza adquirida por medios oscuros y en las supersticiones que sobre ella han forjado los habitantes de la zona, trabajadores rurales sin educación.

En la segunda parte se muestran los empeños de Santos Luzardo por transformar la hacienda y la región. Su trabajo es el de un pacificador, que por vías del respeto a sus principios y a la legalidad intenta traer el progreso. Entre sus logros civilizadores están rescatar a su primo Lorenzo Barquero de una vida miserable, rompiendo una tradición de odios familiares, y educar a Marisela, no sólo alfabetizándola, sino enseñándole modelos de mujer citadina. Otros proyectos de Luzardo se ven truncados por personajes que representan la avaricia, la ilegalidad, el despotismo y la violencia.

En la tercera parte crece la tensión entre civilización y barbarie, pues Luzardo se ve desilusionando por los obstáculos que reciben sus proyectos y decide actuar al modo que intentaba rechazar: irrespetando acuerdos y usando la violencia. Sin embargo, no llega a convertirse en el bárbaro que temía, pues la distancia que conservó siempre con Doña Bárbara influyó en los cambios de actitud de la hacendada, quien hacia el final de la historia desanda algunos hechos de su pasado: le restituye los terrenos que había conseguido fraudulentamente y, antes de desaparecer, nombra como heredera a Marisela. Con la unión de la joven y Santos Luzardo, desaparece también El Miedo para incorporarse a Altamira: “tierra de horizontes abiertos donde una raza buena, ama, sufre y espera” (415).

En el plano de la narración, se aprecia la alineación del narrador extra-heterodiegético con la idea de civilización encarnada por Santos Luzardo. Por ejemplo, el protagonista es un hombre pragmático, que rechaza “supercherías absurdas y grotescas” como creer que una cabuya pudiera atar su voluntad a la de Doña Bárbara (322). Por su parte, el narrador omnisciente explica que Doña Bárbara carecía de las capacidades adivinatorias o previsoras de las que tenía fama, y que ella misma se las creía, porque la fortuna modelaba las circunstancias que le aportaban buenos resultados en muchas de sus acciones concebidas sin  ninguna lógica o razonamiento. “Doña Bárbara resultaba incapaz de concebir un verdadero plan” (196), afirma la voz narrativa. Entre las circunstancias que la ayudaban, la violencia estaba por lo general presente.

Sin embargo, la representación de la violencia en la novela es más del orden de los indicios –informaciones sobre las actividades de ciertos personajes, como el Brujeador (65)– que descripciones de episodios violentos, y la narración pone énfasis en sus efectos: la cacica Doña Bárbara y su reino de miedo son producto del asesinato de su primer amor y la violación de la que fue víctima en su adolescencia.

La ilegalidad y la violencia, juntas, ofrecen el último rostro de la barbarie que la novela representa, sobre la cual triunfa la expectativa de civilización.

OBRAS CITADAS

Gallegos, Rómulo. Doña Bárbara. Madrid: Espasa-Calpe, 1997.

Oviedo, José Miguel. Historia de la literatura hispanoamericana. 3. Postmodernismo, Vanguardia, Regionalismo. Madrid: Alianza Universidad Textos, 2001.

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Los de abajo (1915, 1925). Mariano Azuela

En la primera novela de la revolución mexicana, Los de abajo, escrita sobre la marcha de los acontecimientos históricos, aparecen tópicos que han hecho carrera en todas las formas narrativas en las que México se destaca, incluso en el cine y la televisión: ricos y pobres, hombres que satisfacen sus caprichos a como dé lugar, jóvenes estupradas y mujeres contra mujeres. Estos temas se tejen en la obra para mostrar una grave decepción sobre la condición humana en uno de los ambientes que mejor permite mostrarla: el tiempo de guerra.

Protagoniza la historia Demetrio Macías, un campesino de Moyahua (Zacatecas) que inesperadamente se convierte en un revolucionario. La novela cuenta en tres partes la breve trayectoria revolucionaria de Demetrio, que comienza con un enfrentamiento privado con los federales (soldados del gobierno), pasa por el ascenso militar obtenido por su éxito en algunos hechos de guerra y termina con la destrucción de su ejército y su propia muerte en un combate ocurrido un año después de su mayor éxito militar contra los federales, aunque esta última confrontación se da contra una partida de la facción revolucionaria que asumió el poder político en 1915, la de Carranza.

En la primera parte de la novela, que consta de veintiún capítulos, se intenta dotar de sentido la lucha de los revolucionarios. Un poderoso hombre de Moyahua, el cacique don Mónico, le ha enviado los federales a Demetrio, a causa de un cruce de gestos hostiles. El campesino no mata a los primeros soldados que se acercan a amedrentarlo, simplemente abandona su tierra. Envía a su esposa y a su hijo a un lugar seguro y él toma otra dirección. Los soldados incendian su casa. Con una veintena de hombres comienza a combatir federales y se gana la buena voluntad de otros campesinos de la región. Un simpatizante les dice “mañana correremos también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos condenados del gobierno, que nos han declarado guerra a muerte a todos los pobres; que nos roban nuestros puercos, nuestras gallinitas y hasta el maicito que tenemos para comer; que queman nuestras casas y se llevan nuestras mujeres, y que, por fin, donde dan con uno, allí lo acaban como si fuera perro del mal.” (21) Con estas palabras se resume la amenaza que representaban los federales para el campesinado.

Demetrio se restablece de una herida en un poblado donde es atendido por un grupo de mujeres y conoce a Camila, una joven que se interesa en Luis Cervantes, el primer desertor de los federales que se suma al grupo de Macías. Cervantes era estudiante de medicina y periodista antes de unirse al ejército federal y su claridad sobre el panorama político le permite prever la llegada de los revolucionarios al poder. Hasta su aparición, Demetrio y sus hombres sólo tienen en claro que su tarea es causar bajas entre los federales. Luis Cervantes se convierte en el pilar ideológico del grupo al ofrecerles una razón que nombrar, una suerte de causa justa, una bandera que enarbolar: levantarse contra el caciquismo (62), contra la tiranía (63), por la Justicia, por “la pronta redención de nuestro pueblo sufrido y noble” (87), etc. Sin embargo, sus actos no distan mucho de los de los federales. Aunque inicialmente Demetrio pide a sus hombres no “dejar recuerdos negros” (65), su grupo se entrega rápidamente al saqueo, al pillaje, a la destrucción indiscriminada de los poblados que se encuentran en su ruta hacia el norte, hacia Zacatecas. Un capitán del ejército del general Natera, Alberto Solís, que ha concluido la identidad entre los federales y los revolucionarios, resume en dos palabras la psicología de la raza mexicana: robar, matar (104).

En la segunda parte, de catorce capítulos, y en la tercera, de siete capítulos, se ilustra con mayor nitidez la causa de la decepción ante la revolución encarnada por Solís. Al sumarse al grupo de Demetrio dos personajes urbanos, el güero Margarito y la Pintada, una prostituta, el desdibujamiento de los ideales revolucionarios se precipita. La Pintada le enseña a Demetrio que la revolución se trata de un cambio de protagonistas, no de un cambio de actitud, los desposeídos y despojados han de ser los nuevos ‘catrines’, los que arrasan “sin pedirle licencia a naiden.” (116) Por su parte, el güero Margarito lleva al extremo la falta de respeto por la dignidad humana: roba, humilla, viola, tortura  mata, tan sólo por la posibilidad de hacerlo y nadie lo detiene, Demetrio es indiferente ante sus vilezas. El único reproche sobre sus actos y sobre la especial aquiescencia de la Pintada, viene de Camila, la joven campesina que paga con su vida el criterio de respetar la dignidad de los demás. El enfrentamiento entre los que se imponen ante los débiles y los someten a tratos inhumanos y los que sufren los atropellos, se encuentra ilustrado en la novela incluso con la presencia de estas dos mujeres, que también representan la oposición entre la descomposición de la ciudad y la vulnerabilidad del campo.

El ejército de Demetrio se dedica a la usurpación, al despojo, a la destrucción de lo que encuentra a su paso y sus abusos causan un temor y un rencor generalizado hacia los revolucionarios, idénticos a los que ya existían hacia los federales. La falta de un proyecto concreto a favor de los campesinos se refleja en que el producto de los saqueos se queda en manos de los perpetradores para su uso particular y por lo general se convierte en pago de sus deudas de juego. El resultado de la expoliación injustificada e indiscriminada es que a acumulación de pequeños bienes lujosos y de oro se muestra inútil para paliar el hambre en los poblados donde no queda nada ni para comer. No sólo la pobreza se agudiza en el periodo que comprende la narración, lo grave es que a nadie le importa. Los hombres de Demetrio siguen asolando pueblos, celebrando los saqueos, apostando el producto de sus robos en juegos y ufanándose de sus botines y asesinatos. Demetrio, el revolucionario, quien fuera un campesino acosado por los soldados, se vuelve un acosador más. La revolución se muestra, entonces, como un ciclo de abusos donde se alternan víctimas y victimarios.

La decepción ante la revolución se agudiza al comprobar que la rige un instinto insaciable por destruir y despojar y que el enemigo puede ser cualquiera. Ese instinto de lucha sin importar el enemigo conduce a la fragmentación de los revolucionarios y a la guerra interna, y con este alcance se muestra como lo más característico o distintivo del ser humano. La desesperanza que la novela carga se resume en la descripción de una pelea de gallos: “La lucha fue brevísima y de una ferocidad casi humana”. (198)

Varias lecturas de esta novela coinciden en señalar la agilidad de la narración comparándola con la película newsreel, la breve información cinematográfica sobre hechos recientes.  El hecho de la novela fue escrita ‘en caliente’, en el mismo tiempo en que ocurrían las cosas, debe ser la base para esa afirmación. Yo coincido en que hay elementos cinematográficos en la narración, pero que van más allá de la similitud con esos informativos. El acercamiento a ciertos personajes, especialmente a las mujeres, parece el de la cámara que muestra detalles antes de tomar un plano general, la alusión a las faldas, por ejemplo, es una manera de introducir tanto a las campesinas como Señá Remigia (23) como a las mujeres en la casa de don Mónico (133). Además, no hay que pasar por alto que la primera imagen de la Pintada nos hace recordarla por sus medias azules.

Los capítulos son cortos y contienen mucha información que puede ser muy gráfica o muy sugerente y todos coinciden en finalizar suscitando expectativa por lo que vendrá después. Esto se debe a que originalmente la obra se publicó por entregas. El episodio siguiente  nunca continúa exactamente donde el anterior terminó y sin embargo, renueva nuestro interés por lo que viene después, echando mano de los tópicos que ya se enunciaron, ligados exclusivamente a las personas. Hay personajes que despiertan simpatía, como Camila, que es completamente buena, y los hay enteramente deleznables, como el güero Margarito, que no tiene sino maldad para mostrar. Hay otros que se van descubriendo a cuentagotas como Luis Cervantes y que así muestran el tipo que son, los tránsfugas. Me llama la atención el protagonista, Demetrio Macías, un personaje construido con matices de audacia, buena intuición sin mucho raciocinio, ingenuidad, sentimentalismo y hasta docilidad. Es el personaje más humano que transita por todas las experiencias asequibles a los hombres cuya vida depende de la de otros, de las necesidades y caprichos de los que lo rodean. Lo único cierto en su vida es su instinto luchador,  sometido a contradicciones, que está al servicio de cualquiera, y que determina su vida y su muerte, y con ello conlleva la desesperanza sobre la condición humana que la novela expone.

MMG.

Azuela, Mariano. Los de abajo. La Habana: Casa de las Américas, 1971.

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