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Una herida en la mente podría no sanar

Al leer Insensatez de Horacio Castellanos Moya, hubo dos cosas que me llamaron la atención desde la primera página. La primera fue la falta de puntuación, era como si las frases no acabaran nunca y como decía el narrador, era como si sus “pensamientos [estaban] jugando un ping-pong desordenado” (74). Para ser honesta, el estilo de escritura me molestó un poco; sin embargo, creo que era apropiado porque mostró la personalidad ansiosa del narrador, también ilustró el título del libro. Las descripciones gráficas de los hechos horribles que se cometieron contra los indígenas fue lo segundo que me llamó la atención. Al igual que el narrador, mientras leía estas descripciones, yo nunca fue insensibilizada a ellas a lo largo del libro, lo que pensé que era extraño para mí dada la cantidad de violencia a la que estamos expuestos en estos días en los medios. De hecho, podemos ver los efectos que estos testimonios tienen en el narrador a medida que avanza la historia. Primero se obsesiona con las oraciones del texto y las repite constantemente a otros que creen que se está volviendo loco. Sin embargo, es interesante notar que él nunca trata de silenciar estas voces, en su cabeza o en el texto, con la intención de “give…voice…to a previously voiceless [group],” que se relaciona con la idea de testimonio de John Beverley (19). Al leer constantemente estas historias, el narrador sin duda asume parte del trauma y, como dice Cathy Caruth, “[a] wound on the mind…is not, like the wound of the body, a simple and healable event,” sino que toma tiempo para aparecer y los efectos no se conocen hasta más adelante (4). Estas ideas freudianas se aplican directamente al narrador que va de mal en peor, volviéndose paranoico de que Jota Ce y el ejército lo matarán, sin saber lo siguiente que desencadenará su miedo, llega al punto en que los perros lo asustan. Su paranoia se vuelve tan mala que tiene que mudarse a una casa de retiro espiritual para aislarse y completar su trabajo. Sin embargo, en ese momento ya es demasiado tarde, su cerebro se ha plagado de paranoias y fantasías violentas, él incluso está representando la violencia, “lo hacía girar por los aires a una velocidad de vértigo, frente a la mirada de espanto de sus padres y hermanitos, hasta que de súbito chocaba su cabeza contra el horcón de la choza, reventándola de manera fulminante, salpicando sesos por todos lados…” (137). Sin embargo, es consolador ver que se da cuenta de que necesita ayuda cuando repite, “yo no estoy completo de la mente” y “nadie en su sano juicio le podría interesar ni escribir ni publicar ni leer otra novela más sobre indígenas asesinados (13)(74). Al menos lo reconoce y, ojalá pueda obtener la ayuda que necesita en Alemania.