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Los narradores de Castellanos Moya

El libro que leí para la conferencia “Listening with the Eyes” fue Baile con serpientes (1996) de Horacio Castellanos Moya. Quise leer este libro porque ya había presentado sobre Castellanos Moya y me interesaba saber si Baile con serpientes también es narrado en primera persona como Insensatez (2004). Además, me preguntaba si el personaje principal de esta obra sería tan despreciable cuanto él otro. Teniendo en cuenta la presentación de Pamela en la conferencia, creo que una de mis preguntas de discusión sobre Insensatez también debe ser explorada en este libro: ¿podemos llegar a sentir empatía hacia Eduardo? 

En relación a los narradores, hay una clara distinción entre los libros. Mientras que en Insensatez la historia solo es narrada a partir de la primera persona, en Baile con serpientes tenemos un narrador en primera persona, Jacinto E., y también un narrador en tercera persona que describe la reacción del subcomisionado Handal y Rita al caso. Pienso que la inclusión de la tercera persona, nos permite ver como esta sociedad posguerra reacciona o no a la violencia criminal. Luego, me parece que Insensatez ofrece un relato personal de cómo la violencia perpetrada por el estado puede afectar a uno.  

Asimismo, en la conferencia Pamela analizó la escena en que Jacinto E. tiene relaciones íntimas con las serpientes y cómo esta escena puede representar un momento de pertenencia a través de las canciones que toca en su radio. Exactamente por esta escena, se me hace más difícil sentir empatía por Jacinto E. que por el personaje principal de  Insensatez. Me parece más difícil justificar las acciones de Jacinto E. que la paranoia del otro personaje. 

Pregunta: ¿Si pudiéramos tener la perspectiva de otro personaje en Insensatez, cuál escogerías? ¿Cuáles son las diferencias y similitudes en la representación de la sexualidad en las dos obras? ¿Crees que los personajes de estas obras tienen libre arbitrio? 

Escapando de su realidad

Baile con serpientes de Horacio Castellanos Moya es una novela que abarca muchas cosas; misterio, suspenso, crimen, bestialidad con serpientes… Es un libro que lleva al lector a lugares a los que no espera ir. Desde el principio vemos que el sonido juega un papel muy importante en la novela cuando vemos la dicotomía entre el narrador Edwardo Sosa que domina la palabra y Jacinto Bustillo que generalmente se calla hasta que llega Eduardo. Es Eduardo quien le saca las palabras, no solo hablándole sino transformándose temporalmente en él. Sin embargo, ambos hombres están marginados en las afueras de la sociedad. Los vecinos describen a Jacinto como “un hediondo, un borracho… No habla con nadie. Quién sabe cómo vino a dar hasta acá. Deberíamos hacer algo para que se vaya” (8). Desde las primeras páginas los lectores aprenden las actitudes de los vecinos con respecto a las personas sin hogar. Parece que quieren seguir empujándolos hacia los márgenes en un lugar donde no tendrán que tratar con ellos y donde no serán vistos. Están deshumanizados. Además el cadáver de Jacinto se queda en la calle durante días. Mientras tanto, Eduardo está desempleado, “mis estudios de sociología (una carrera que a esas alturas ya había sido borrada en varias universidades) no me sirvieron para nada en lo relativo a la consecución de un empleo, pues había una sobreoferta de profesores, las empresas no necesitaron sociólogos y la política —último terreno en que hubiera podido aplicar mis conocimientos— era un oficio ajeno a mis virtudes” (7). Es irónico que no sea hasta que los políticos, entre otros, tengan que ser asesinados por Jacinto-E y sus serpientes antes de que la gente finalmente empiece a escuchar. Es como si Jacinto-E hablara a través de los ruidos que genera su violencia como las alarmas, los disparos, los gritos, etc. Es una forma de que él/ellos dos se vuelvan relevantes en la sociedad y hagan que la gente hable, lo que parece emocionar a Jacinto-E, “la ciudad entera estaba en pánico: imaginaban nuestra presencia y temían ataques en zonas donde jamás habíamos estado; difundían interpretaciones sobre el porqué de nuestras acciones totalmente delirantes, como si fuésemos los heraldos de grupos políticos o de narcotraficantes que buscaban asaltar el poder” (128). Sin embargo, al final es el sonido, más específicamente el ruido del helicóptero que detiene la violencia de Jacinto-E y más ampliamente para la adopción de la nueva identidad por parte de Eduardo y lo obliga a regresar a su vida aburrida y dejar su vida emocionante con sus amantes serpentinas.  

Una herida en la mente podría no sanar

Al leer Insensatez de Horacio Castellanos Moya, hubo dos cosas que me llamaron la atención desde la primera página. La primera fue la falta de puntuación, era como si las frases no acabaran nunca y como decía el narrador, era como si sus “pensamientos [estaban] jugando un ping-pong desordenado” (74). Para ser honesta, el estilo de escritura me molestó un poco; sin embargo, creo que era apropiado porque mostró la personalidad ansiosa del narrador, también ilustró el título del libro. Las descripciones gráficas de los hechos horribles que se cometieron contra los indígenas fue lo segundo que me llamó la atención. Al igual que el narrador, mientras leía estas descripciones, yo nunca fue insensibilizada a ellas a lo largo del libro, lo que pensé que era extraño para mí dada la cantidad de violencia a la que estamos expuestos en estos días en los medios. De hecho, podemos ver los efectos que estos testimonios tienen en el narrador a medida que avanza la historia. Primero se obsesiona con las oraciones del texto y las repite constantemente a otros que creen que se está volviendo loco. Sin embargo, es interesante notar que él nunca trata de silenciar estas voces, en su cabeza o en el texto, con la intención de “give…voice…to a previously voiceless [group],” que se relaciona con la idea de testimonio de John Beverley (19). Al leer constantemente estas historias, el narrador sin duda asume parte del trauma y, como dice Cathy Caruth, “[a] wound on the mind…is not, like the wound of the body, a simple and healable event,” sino que toma tiempo para aparecer y los efectos no se conocen hasta más adelante (4). Estas ideas freudianas se aplican directamente al narrador que va de mal en peor, volviéndose paranoico de que Jota Ce y el ejército lo matarán, sin saber lo siguiente que desencadenará su miedo, llega al punto en que los perros lo asustan. Su paranoia se vuelve tan mala que tiene que mudarse a una casa de retiro espiritual para aislarse y completar su trabajo. Sin embargo, en ese momento ya es demasiado tarde, su cerebro se ha plagado de paranoias y fantasías violentas, él incluso está representando la violencia, “lo hacía girar por los aires a una velocidad de vértigo, frente a la mirada de espanto de sus padres y hermanitos, hasta que de súbito chocaba su cabeza contra el horcón de la choza, reventándola de manera fulminante, salpicando sesos por todos lados…” (137). Sin embargo, es consolador ver que se da cuenta de que necesita ayuda cuando repite, “yo no estoy completo de la mente” y “nadie en su sano juicio le podría interesar ni escribir ni publicar ni leer otra novela más sobre indígenas asesinados (13)(74). Al menos lo reconoce y, ojalá pueda obtener la ayuda que necesita en Alemania.