Author Archives: Alba Ramírez

La música de “Papi”

La eterna espera de una niña, la anhelación de un reencuentro que nunca se llega a consumar o el deslumbramiento y la perturbación que genera el personaje ausente de “Papi” son, a mi juicio, los elementos críticos de una historia acerca de la muerte de un hombre que pasa de ser un semidiós a ser un canalla (y viceversa) en un mismo párrafo.

“Papi” pierde la cuenta de lo que tiene y se caracteriza tanto por la ostentación como por el vicio. Él es también quien origina la admiración de todos a causa de su poder o sus posesiones. La construcción de una dimensión donde lo material prevalece por encima de todo lo demás parece ser una constante (des)ilusión para una niña que pretende identificar a “Papi” sin ser capaz de reconocer al cadáver con el que finalmente se encuentra.

El libro está plagado de referencias musicales que unen tanto las descripciones que constituyen la narración como el carácter de un personaje masculino cuya representación puede interpretarse mediante un realismo grotesco. El límite entre la atracción y el temor de la niña queda desdibujado por una musicalidad que llena de disonancia las impresiones compartidas por la niña y por los lectores. “Y es que papi tiene tanta música que una siempre tiene miedo a que él quite la canción antes de que se acabe” (p. 23). Asocio esta música a una melodía de terror en la que la impotencia y la destrucción de la candidez de la niña se revelan en su máximo esplendor.

El eco del terror en “El huésped”

El huésped me ha parecido una autobiografía de teror en la que la instrospección de Ana nos muestra su pasado lleno de miedo a sí misma. El espanto del que Ana es partícipe queda delimitado por dos elementos que recorren toda la novela: su pánico ante La Cosa y el espectro de su hermano muerto. La angustia originada por la desaparición física de un ser querido, unida a la insoportable unión con La Cosa (cuya separación equivale a la liberación y cuya conexión es una carga que además culpabiliza a Ana de la muerte de Diego), nos conduce a una batalla contra la catástrofe de una familia en la que solamente los recuerdos tienen voz.

La fijación de la protagonista hacia los ciegos me parece una señal de la necesidad que Ana tiene de acercarse a personas enfermas que carecen de uno de los cinco sentidos. Mientras en el instituto de ciegos en el que ella trabaja no puede dejar de percibir el dolor de los pacientes en la sala de lectura, podemos comprobar cómo su cabeza sigue llena de La Cosa. Aunque Ana pretende descifrar la mentalidad del invidente, finalmente me da la impresión de que esa meta no es más que una excusa para poder aclarar su propio desequilibro emocional: un desequilibrio producido por un sentido de más en vez de por uno de menos, una alteración alimentada por la presencia intangible de su hermano (ahora fantasmal) y por la dualidad de su propia conciencia.

Me gustaría destacar las noches en las que Ana tiene insomnio y el lector queda atrapado en madrugadas donde el oído de Ana amplifica los sonidos a causa del silencio imperante. Quejidos, voces o gemidos, pasos desconocidos que se acercan hacia la habitación de Ana… Ahí la oscuridad no está tanto en la noche como en el contexto sonoro que refleja muy bien el estado mental y a la vez el aspecto más visceral de alguien que ha sido testigo de una muerte cuyo grito forma parte de La Cosa y cuyo eco encuentro de forma recurrente tanto en el aspecto formal de este libro como en el relato de esa niña poseída que Ana lleva constantemente consigo, incluso tras años de silencio.

Música clásica ante un silencio obligado: de la mutación a la modulación

En Las mutaciones hay referencias a piezas de Bach, Händel, Ravel… Las fugas, conciertos y cantatas son expuestos como antídoto o remedio ante problemas o fases del cáncer, pero también se encuentran vinculados a pensamientos y estados emocionales ajenos a la enfermedad. Me pregunto si Jorge Comensal pretende poner música a los momentos descritos en su obra o si es una forma de incluir en su libro una interpretación acerca de la función de la música en situaciones críticas.

También me resulta llamativa la alusión explícita al silencio en las conversaciones, las esperas, el comportamiento del loro, las miradas de los personajes… El desarrollo de los capítulos se encuentra siempre entrecortado por esos espacios de ausencia de palabra, un recurso recurrente que parece ser el bajo continuo de la voz principal: el silencio forzoso de Ramón. Ante un protagonista obligado a callar, cuya comunicación se encuentra limitada por la comunicación escrita y por la comunicación gestual, el único sonido de Ramón que podemos escuchar como lectores es el de los pensamientos del protagonista. Sin embargo, son pensamientos que Ramón no pronuncia en voz alta. Ese contraste entre lo que podemos leer y lo que no se puede escuchar es un contraste que también viven los personajes que se relacionan con Ramón.

El hecho de que el contraste que acabo de señalar se encuentre acompañado de silencios explícitos y de música clásica me hace pensar acerca de la posible relación entre “mutación” y “modulación”. En las fugas, por ejemplo, lo más característico es la superposición de “sujetos” (ideas musicales) y la estructura formal constituida por modulaciones. ¿Hay en esta novela una analogía implícita entre las variaciones temáticas de la trama y las variaciones musicales (modulaciones) que sugieren las obras clásicas escogidas por Jorge Comensal?

Un sonido y un silencio en “Arrecife”

Sonido:

“Remigio me había contado la historia de su mutilación. Una víbora nahuyaca lo mordió en la mano cuando trabajaba en los campos de vainilla. El veneno de la nahuyaca provoca que la sangre mane por todos los orificios del cuerpo y no hay antídoto. Remigio hablaba de eso con la desganada resignación de quien enfrenta un trámite inevitable. La única solución era cortarse la mano. No dudó: tomó el machete y lo dejó caer” (Juan Villoro (2012), Arrecife: p. 37).

He seleccionado estas líneas porque me gustaría resaltar el sonido del machete en el escenario en el que Remigio se ve obligado a ser mutilado. A mi juicio la atrocidad de la situación se ve acompañada de un sonido seco, rápido e irreversible que transmite de forma admirable la dureza de ese momento. Visualicé lo relatado de una manera espeluznante a través de ese machete que cae. Pienso que la sonoridad en esta obra es tan explícita como sutil, toda una metáfora y a la vez una realidad de lo más drástico de las vidas contadas.

Silencio:

“—¿Estás mejor? —le acaricié la nuca.
—¿Sentiste algo en tu dedo?
—Sentí que era un samurái. Sentí que me habían cortado el dedo con
una espada —mentí”. (Juan Villoro (2012), Arrecife: p. 67).

Al comienzo de la obra Sandra le pide que le acaricie con la parte de su dedo inexistente. No encontramos un muñón sobre la piel de Sandra, sino un espacio entre el miembro fantasma de él y el cuerpo de ella. Son caricias silenciosas, sin contacto físico. A medida que avanza la novela el rol del dedo se transforma, pero él sigue mintiendo acerca de las sensaciones de su dedo. Interpreto esa ausencia corporal suya como una forma de silencio negado. Encuentro en la falta de sensación de él un silencio (con gran relevancia en la obra) fruto de la imposibilidad de contacto físico.

Incompletos de mente

Creo que la característica principal de los personajes de este libro es la perturbación de su mente. Por un lado se encuentran los indígenas que han vivido experiencias traumáticas en un conflicto armado cuya crueldad no tiene límites, mientras que por otra parte tanto el protagonista como quienes le rodean (Erick, Toto, Pilar, Fátima…) viven una vida donde lo cotidiano banaliza sus experiencias hasta reducirlas a un placer basado en el alcohol y el sexo. Se da una paranoia colectiva donde todos parecen estar enfermos, ya sea por ser las víctimas o por ser los testigos o narradores de una realidad ajena a sus vidas. Encontramos, dentro de un contexto religioso que pretende velar por los derechos humanos, la repulsión del narrador hacia el catolicismo y hacia su sorpresa ante la incoherencia de sus decisiones. El realismo sucio que define gran parte de la obra, ese lenguaje soez (con insultos o adjetivos peyorativos) donde la espontaneidad y la falta de delicadeza son frecuentes, es acorde no solamente con la desolación o perplejidad de un revisor de testimonios sobre una masacre, sino también y sobre todo con el estado mental de un hombre que encuentra más sonoridad y literatura en el dolor de los informes transcritos de los indígenas que en su vida. Me da la impresión de que la morbosidad es un elemento fundamental en esta obra, un símbolo que unifica la insensatez propia de todos los que forman este libro.