¿Cuál es cuál? Un texto para después: Narco y producción textual. Notas sobre Contrabando (1991/2008) de Víctor Hugo Rascón Banda

Contrabando (1991/2008), de Víctor Hugo Rascón Banda, bien pudiera ser catalogado bajo lo que Nicolas Bourriaud llama textos de postproducción. Esto es, textos que no necesariamente buscan “superar” las técnicas ya usadas por sus predecesores, sino hacer uso de “todo aquello que se ha apilado en el almacén de la historia para hacer realidad y presente” (Postproduction 17). La observación de Bourriaud parte del supuesto de que hoy en día los artistas programan (o modulan) más que componer materiales de arte. Con esto, aunque Bourriaud no lo vea así, la posición de aquellos que alguna vez tuvieron el “dominio” de las formas artísticas cambia. En el campo literario, el escritor deja por completo atrás la figura del “hombre de letras” y ahora no es más, tal vez, que un copista, un agente responsable de lo que su escritura modula, pero desempoderado ante la oportunidad de transferirle a su escritura un rol trascedente y de primer orden en el entramado social e histórico de la vida diaria. Justo esta posición es la que el narrador de Contrabando dibuja para sí y su entorno. 

Luego de que Antonio Aguilar, “el último charro cantor,” le encomiende a un ficticio Víctor Hugo Rascón Banda la escritura de un guion cinematográfico, el escritor emprende un viaje del Distrito Federal, hoy Ciudad de México, hasta Santa Rosa, Chihuahua, su pueblo natal, para inspirarse y poder así escribir la historia que el ídolo de la canción popular le solicita. “Usted es de un pueblo serrano del norte y debe saber cómo siente la gente del campo, cómo quiere de verdad y cómo es capaz de morir por un amor. Quiero una película como aquellas que hacía el Indio Fernández” (pos. 38.1), le dice Antonio Aguilar a Rascón Banda. La tarea de escribir el guion, desde esta perspectiva, es vista como la transcripción del sentir “popular” en la producción cinematográfica del México de finales de los años noventa. Contrabando puede ser visto, así, como un texto que cuenta las peripecias que derivan de la encomienda de Antonio Aguilar. El texto se dejaría ver una suerte de bitácora sobre un proyecto de escritura. No obstante, las páginas de Contrabando son más y menos que una bitácora. Si el proyecto original consiste en escribir el proceso mismo de la escritura, el texto traiciona esta motivación. De hecho, por su propia forma el texto elude una clasificación tajante dentro de algún género literario. Las páginas de Contrabando son más una pila de artificios, una acumulación que ratifica y resume todo lo que la producción escrita en buena parte del siglo XX en México ha hecho para dar cabida a los espacios que comúnmente representan al país, y también a la literatura misma. En otras palabras, las representaciones de la época de oro del cine mexicano, como las que popularizara Emilio el Indio Fernández, han llegado a su punto de extenuación. O esto, al menos, es lo que sugiere el narrador cuando desde su llegada al aeropuerto de Chihuahua se encuentra con una atmósfera intervenida por una presencia ominosa. El narcotráfico, o contrabando, se deja ver en cualquier tipo de situación, pero siempre con el mismo resultado: muertes, terror, miedo y sentimientos encontrados entre la imposibilidad de hacer justicia y la indignación de no poder hacer nada al respecto. 

El problema del narcotráfico retratado en Contrabando no es, necesariamente, que la violencia inunde hasta las realidades más “pacíficas.” Antes bien, la violencia subyace en el nivel local y fluye entre lo que entonces, en 1991, el año en que Contrabando recibió el premio de novela Juan Rulfo, era un país y un mundo que se desentendía de estos conflictos. El mundo no sabe de estos conflictos, o más bien, vive como si no supiera. Faltaría conocer esta realidad, como sugiere Damiana Caraveo, una de las tantas sobrevivientes que el narrador se encuentra en su viaje, “para que el mundo lo sepa” (15.9). Por otra parte, no es que no haya visibilidad de estos conflictos, sino que las versiones son muchas, variadas y corruptas. Sobre la masacre de Yepachi, la masacre a la que Damiana Caraveo sobrevivió, la prensa escribe “Enfrentamiento entre narcos y la Policía Federal. Masacre en el Rancho de Yepachi […] Judiciales federales contra Judiciales del Estado: ganaron los federales” (pos. 32.6). Las versiones oficiales polarizan y a la vez nublan la distinción entre aquello que es difícil de separar. Es decir, mientras que la nota sobre la masacre de Yepachi anuncia primero un enfrentamiento entre los enemigos del estado (los narcos) y las fuerzas del estado (la policía federal), luego anuncia que el conflicto sucede dentro del mismo estado (entre policías federal y estatal). Con esto, el contrabando y su violencia evidencian la imposibilidad de distinguir, diferenciar y separar. Más aún, ya sea en la masacre de Yepachi, o en otros de los enfrentamientos narrados, los conflictos demarcan el desgaste y extenuación del sentido de la guerra. No se trata de una guerra civil, ni tampoco de una guerra partisana, pues no se puede diferenciar entre amigos ni enemigos, siempre es ambiguo quién está fuera o dentro del nomos, del estado. No extraña entonces que muchas veces en el texto se enfatice la imposibilidad de distinguir entre narco y policía, o que “judiciales y narcos no distinguen” (pos. 71.0) entre los que asesinan. En últimas, en Santa Rosa “no se distinguen ni el bien ni el mal” (pos. 41.6), “no se sabe quién es quién” (pos. 353), y todo lo que alguna vez fue sagrado es profano, y aquellos hábitos que parecían tan sólidos se vuelven espuma. 

El hecho de que no se pueda distinguir entre narco y federal está directamente relacionado a la forma misma del texto. Si el narco termina donde inicia el estado, y el estado inicia donde termina el narco, ambos están en una banda de Moebious. No sorprende así que el último sintagma de una sección del texto sea siempre el título del siguiente apartado. Este recurso es llevado hasta las últimas consecuencias cuando al final de la novela se comprueba que la última palabra del libro es también la que le da título a la obra. A su vez, la imposibilidad de distinción evoca directamente aquello que hace el contrabando: integrar lo que no está autorizado (legal) dentro del orden común de las cosas, en el mercado y la producción social. Una mercancía de contrabando es igual a una mercancía legal, su mínima diferencia está en la sanción dada por las autoridades (el estado). Contrabandear es introducir un ciclo de producción ajeno al propio sin recibir una sanción oficial, es volver cotidiano lo que no lo es. El contrabando informa de la presencia de lo propio y de lo interno al introducir lo mismo desde lo ajeno y lo externo. Esto es, por el contrabando uno se entera de aquello que está afuera, pero que, paradójicamente, también sucede adentro. 

No se trata de que Contrabando tense las relaciones entre realidad y ficción, sino que la novela deja ver como la mayoría de los textos semióticos (contradicciones) que articularon buena parte de la modernidad han llegado a develarse como simples pliegues sobre una misma superficie. Ahora bien, ya sea por la imposibilidad de catalogar la obra dentro de un género, o la imposibilidad de distinguir entre narco y federal en la narración, el texto da cuenta de un mecanismo narrativo que apila y concentra una breve historia del cambio radical que el contrabando trae para finales de siglo XX. Esto es, Contrabando es un resumen desordenado de diversas formas de producción, ya sean económicas (se menciona la industria minera, el campo, el acaparamiento de tierras, la ganadería) o intelectuales (a la par que se escribe Contrabando se escribe una obra de teatro y un guion cinematográfico, también abundan las notas periodísticas, las canciones y hasta grabaciones transcritas en el texto). “Esto es como un barril sin fondo, como una mina que se traga el dinero” (pos. 68), le dice su padre al narrador para entender el secuestro del presidente municipal de Santa Rosa. Como una mina también es el propio proceso de escritura del guion cinematográfico, pues el narrador está convencido de que “los muertos del aeropuerto y la masacre de Yepachi no pueden ser una película de canciones, pero de Santa Rosa surgirá la historia” (pos. 40.4). Así, el viaje a Santa Rosa es un viaje extractivo. El guion, incluso, se escribe a sabiendas de que “los personajes tendrán el mismo final que tuvieron en Santa Rosa, para no cambiar la realidad, que sobrepasa en acción dramática a cualquier ficción” (pos. 301). El narrador, entonces, escribe a partir de que copia la “realidad.” Copiar es, así, una forma de extraer. 

Que el narco reavive a la vez que destruye viejas formas de producción, viejas tradiciones, sugiere que los cambios sociales presentes en Contrabando se pueden leer como un proceso más de acumulación primitiva (u originaria). Igualmente, a la par que unos son desposeídos y otros comienzan a acumular riqueza, la producción queda supeditada a extracción y no reproducción. Ya sea porque Santa Rosa antes fuera centro minero y ahora sea “el centro del narcotráfico serrano” (pos. 193.9), la producción por extracción parece ser la única forma de articulación social. La extracción es una forma sui generis de producción, como afirma Karl Marx, “porque ningún proceso de reproducción sucede, o al menos ninguno que esté cabalmente bajo nuestro control o sepamos a ciencia cierta cómo funciona” (Grundrisse 726). Si la reproducción es la forma de producción que permite la duplicación de un ciclo de trabajo, entonces, dada la imposibilidad de representar al estado como un agente que domina la violencia, y por extensión, el trabajo, en Contrabando no hay reproducción sino mera extracción, un proceso que produce, pero cuyos mecanismos se nos escapan. Como a ciencia cierta no sabemos aún qué hace provechoso a las minas, ya sea porque al extraer todo un yacimiento se implica, muchas veces, la destrucción total del ecosistema, o porque simplemente, a veces, las minas se secan, de la misma manera, Contrabando se escribe, se produce, a partir de un mecanismo que no sabemos cómo funciona a ciencia cierta, se escribe desde lo que nos escapa, lo que nos presupone, pero también nos excede.

La propuesta literaria de Contrabando consiste en proponer un texto para después. Es decir, la obra de Rascón Banda apuesta por pensar una diferencia luego de un proceso de extenuantes repeticiones que esquilman formas de expresión tradicionales en el ámbito literario. La forma novela, por ejemplo, parece insuficiente para encasillar al texto, pues aunque hay elementos propios del género, como el dialogismo, la polifonía y el uso de cronotopos, también el texto excede las funciones canónicas de la novela, pues los personajes no se desarrollan y sus apariciones son dispersas y contingentes. Consecuentemente, Contrabando invita a pensar una forma otra de escribir, de hacer literatura, e incluso una invitación hacia la posibilidad de una política otra, una infrapolítica, tal vez. Al menos respecto a la literatura, la propuesta de Rascón Banda consistiría en ubicar lo literario en el contrabando que se escapa a la tarea de escribir, al deber escribir, como se evidencia al final del texto. Luego de que el narrador prometa “quemar todo lo que [escribió] en Santa Rosa” (pos. 356), que el guion cinematográfico sea rechazado porque éste es una traición al pueblo y una ofensa a “estos amigos, que van a ver [a Antonio Aguilar] a los palenques o […] espectáculos en ferias y rodeos” (pos. 356), y que la obra de teatro del narrador, Guerrero Negro, parezca tener un futuro prometedor en los círculos literarios del Distrito Federal, el narrador se dibuja a sí mismo escribiendo, exhibe como su proceso de escritura queda a solas frente a su deber y su deseo.

Para olvidarme de Santa Rosa y darle la vuelta a estas páginas de contrabando y traición, sólo me falta pasar a máquina la letra de los corridos que estoy oyendo, porque para el montaje de Guerrero Negro se necesitan, me dijo el director, cuando menos veintiún corridos de contrabando (pos. 358).

Por contrabando y traición, entonces, Contrabando es escrito. Esto es, hay una correspondencia entre los 23 apartados del texto de Rascón Banda y las 21 transcripciones de corridos que el narrador necesita para el montaje de su obra. Los otros dos apartados que no corresponden con las transcripciones son, respectivamente, la obra de teatro Guerrero Negro, y el guion cinematográfico, pues ambos también forman parte del texto. Contrabando, como entramado textual, exhibe su propia producción basada en un acto perpetuo de copia (extracción). Con todo esto, el texto mismo que leemos sería un apartado número 24, un numeral a manera de plusvalor, aunque quizá esta palabra sea deficiente para describirlo. El valor extra que Contrabando aporta está por encima y por debajo de la producción textual, como un número siempre en exponencial n, o un fantasma que a veces regresa, a veces se va, pero siempre persiste para un después. 

Notas sobre Línea de sombra. El no sujeto de lo político (2021) de Alberto Moreiras

La reedición de Línea de sombra. El no sujeto de lo político (2021) de Alberto Moreiras comparte con Tercer espacio la importante tarea de revisar libros relevantes y que en su momento no fueron estudiados a detalle. Como en Tercer espacio, en Línea de sombra también se habla de cómo sistemáticamente la academia tradicional norteamericana ignoró los logros y análisis de este libro. En el prólogo de Sergio Villalobos-Ruminott se dice que Línea de sombra es uno de los primeros lugares desde donde se emprendió la ruta por la que ahora conceptos claves como infrapolítica y posthegenomía circulan. Estos conceptos son, ante todo, “un sostenido intento de pensamiento […] una práctica casi corporal de escritura y desacuerdo, que implica sostener el arrojo con una perseverancia orientada siempre hacia la liberad” (15). Aunque el prólogo no desarrolla esa idea sobre lo que implica sostener el arrojo, uno puede pensar que ya el título evoca sutilmente ese trabajo. Es decir, línea de sombra no es sólo una metáfora que evoca aquello que Moreiras ve como la línea que va figurando (y figura) nuestro horizonte de pensamiento, es decir, la línea de la dominación, cuya sombra somete a todo lo que caiga bajo ella, sino que también la línea de sombra vendría a ser eso que Villalobos sugiere, un intento de pensar que sostiene el arrojo pero no lo para. Es decir, si la sombra es la traza sin trazo de todo aquello que se expone a la luz, el pensar de la línea de sombra, en contra de la sombra de la dominación, es un pensar que no detiene el arrojo de lo que existe sino que guarda la sombra de su existencia, su residuo enigmático. 

En cierto sentido, el residuo enigmático es el tema principal del libro. Este término es otra forma de referir se al no sujeto de lo político. Si el sujeto es el que pide que su sombra sostenga y domine, el no sujeto de lo político eso que quiere exponer y exponerse eso que Moreiras dice que “hay en nosotros y más allá de nosotros”, una suerte de exceso y precedencia, “algo que excede abrumadoramente a la subjetividad, incluyendo la subjetividad del inconsciente” (21). Ahí, entonces, se ve que el no sujeto de lo político sería la sombra del inconsciente, algo ineludible y que a la vez elude sobre todas las cosas. Los siete capítulos del libro, y la coda, ofrecen a su manera aproximaciones a ese resto enigmático, a su lugar y a su existencia. A su vez, los primeros capítulos son, ante todo, una lectura de y con otros pensadores sobre el estado de la política a inicios de siglo XXI. Si luego del 9/11 las formas de la guerra, el estado y la política entraron en crisis, ¿cómo es que habría que leer un mundo que rehúsa toda idea de exterioridad y al mismo tiempo reclama la sistemática y comunitaria subjetivación de cualquier cosa que se mueva fuera de sus murallas? 

¿Cómo pensar política si la distinción de amigo y enemigo, donde según Carl Schmitt inicia la política, está completamente desbaratada en nuestro momento histórico? El punto clave de este “fin de la política” radica en la total crisis de la subjetividad. Por las formas de subjetivación es que amigos y enemigos dejan de importar, o más bien, por el sujeto es que se descubre que no hay amigos sino sólo enemigos. Si “el enemigo absoluto, no es el terrorista global, sino que es aquel de quien esperamos eventual sometimiento y colaboración, que en caso concreto significa colaboración con el régimen de acumulación global que mantiene a tantos habitantes de la tierra, en el nomos pero no del nomos, en miseria o precariedad profunda e injusta” (45), se debe a que vivimos en tiempos de política del partisano. Esto es que ahora (a inicios de siglo XXI) “la incorporación del enemigo absoluto dentro del orden moderno de lo político, por tanto ya [es] el síntoma de la descomposición de tal orden desde el siglo XIX” (60). No es gratuito, así, que, por ejemplo, los problemas del narcotráfico en México emulen, en buena medida, los problemas del terrorismo post 9/11. La guerra es indistinguible de su momento detonante, siempre se está en guerra, o en la amenaza, el espacio se hace cada vez el mismo. 

Al mismo tiempo que el nuevo nomos previene y destroza al enemigo, hay un registro salvaje, algo que queda en el doble registro que se queda en el umbral del nomos, fuera de lo que exterior mismo a este orden. Eso que queda es el no sujeto de lo político, “más allá de la sujeción, más allá de la conceptualización, más allá de la captura […] simplemente ahí” (80). Si la subjetividad de la modernidad es igual a la del sujeto del capital, “una totalidad vacía” (59), entonces el “no sujeto es lo que el sujeto debe constantemente abstraer, una especie de auto-fundación continuada en la virtud” (116). Hegemonía, subalternidad, decolonizalidad, multitud y demás avatares de la metafísica, diría Moreiras, se quedan siempre cortos y no son sino máquinas de restas, pues no sólo restan y abtraen al resto enigmático, sin que precisan falsamente restituir algo que de entrada está perdido e irrestituible, aquello que se le sustrae al no sujeto. Ahora bien, el problema del resto enigmático, del no sujeto, es que no se trata de pensar en la inclusión ni en la exclusión. Pensar el resto “no es pensar que traduce, sino cabalmente un pensar de exceso intraducible; no es un pensar ni hegemónico, ni contra-hegemónico, sino más bien parahegemónico o poshegemónico, en la medida en que apunta a las modadlidades de presencia/ausencia de todo aquello que la articulación hegemónica debe borrar para construirse en cuanto tal […] pensamiento de guerra neutra y oscura, capaz, quizá de resituir eventualmente lo político como nueva administración de soberanía” (134). Así, la aparente suma que pretende el capital, o cualquier forma subjetivizante, no es sino una resta, una resta que, parecería, captura la propia resta a la que el no sujeto tiende. Esto es, el no sujeto, para Moreiras, guarda necesariamente un carácter negativo, una forma de resta que abre en su doble escritura contra la suma camuflada de la subjetividad una posibilidad de extenuación de los mecanismos de resta forzada y controlada. 

El problema, por otra parte, es que si el no sujeto de lo político guarda una relación directa con la violencia divina, entonces, es probable que una de las operaciones fundamentales de no sujeto no sea la resta. Si la violencia divina es “la excepción, la substracción radical del regreso infinito, la afirmación de una suspensión no sangrienta pero de todas maneras letal de la cadena signifcante (218), entonces, la violencia divina es una suerte de cero exponencial. Como sólo el agotamiento de lo político puede ser liberado por la violencia, al liberar lo político de lo político mismo (subjetivación), de la misma forma, la totalidad vacía expuesta del sujeto, elevada por su exponente vacío (cero/ el no sujeto) regresa a un uno heterogéneo. Un uno de repetición divergente desde donde el conteo se abre siempre hacia otras partes, lejos tal vez del resto, incluso.

La adición, la serie y la suspensión de la acumulación. Notas sobre La cadena del desánimo (2013) de Pablo Karchadjian

El libro La cadena del desánimo (2013), de Pablo Karchadjian, invitaría a leerlo a la manera en que se leen los sueños. Esto es, como dice una nota que antecede la sección principal del libro, si “el contenido del sueño está armado de restos de la vida diurna y el sueño mismo podría ser un epifenómeno del trabajo nocturno del cerebro organizando lo vivido” (7), entonces las cerca de 150 páginas que uno lee de La cadena del desánimo no sólo serían recortes o restos agrupados de la lectura de Karchadjian entre el lunes 12 de marzo y el jueves 6 de diciembre de 2012 de las primeras páginas de los diaros La Nación, Clarín, Página/12 Perfil, ni tampoco un mero epifenómeno de lectura, sino que serían “el trabajo nocturno de la escritura organizando lo social”. No obstante, el libro sólo tiene un orden: el que se anuncia que sigue la lectura de Karchadjian, del 12 de marzo al 6 de diciembre de 2012. 

No se trata, entonces, de que para poder “comprender” La cadena del desánimo uno tenga que saber todo, de antemano, todo lo que sucedió entre los días que se recuperan en el libro. Ni tampoco se trata de que uno siga como sabueso las referencias que se mencionan en la nota ya mencionada. De hecho, Karchadjian lo deja claro, su libro, en contraste con los álgidos momentos del 2012 en Argentina (como en otras partes), “no está hecho para convencer a nadie de nada” (7). Un libro que hable de nada, casi el sueño de Flaubert. No obstante, se nos dice igual que tal vez el libro, de una u otra manera, “podría resultar útil” (7). No hay significados ocultos en el libro, todo ocurre luego de que un lector recolectara notas y simplemente las copiara en un orden “en general […] de recolección, y el nivel de composición es mínimo” (7). Todo se lee una vez más, pero también todo se lee fuera del tabloide, leemos ahora sabiendo que alguien dijo la cita escrita que otras manos leyeron y luego copiaron. 

Si en realidad no hay nada que leer o interpretar sobre los sueños, tampoco habría gastar mucho tiempo interpretando La cadena. Lo único, entonces, que habría que hacer es seguir la serie, el propio encadenamiento y los eslabones de cada parte de la prosa del libro. Sin embargo, de una u otra manera, cada recorte pareciera estar asociado con la propia razón de escritura que ordena el libro “‘Es un sistema caótico, pero no totalmente caótico’, dijo Celeste Saulo, Doctora en Ciencias de la Atmosfera e investigadora del Conicet” (24). El orden de esa escritura no es eso que diría que “ ‘Gran parte de nuestras conductas están conducidas por procesos cerebrales que operan por debajo de nuestra conciencia’ dijo Gemma Calvert, neurocientífica de la Universidad de Warwick” (76), sino que la escritura de La cadena del desánimo se escribe desde un lugar infra, pues escribir, antes que leer, es poner las cosas abajo (“to write down”), de la mano al papel, de los dedos al teclado; y en el papel, o en la pantalla, lo que mueve la conciencia no es sino unos dedos que teclean, unas manos que escriben: que lo infra son los afectos de los dedos, los hábitos de las manos. Lo que está en juego en el libro de Karchadjian es la sucesión, la serie, la cuenta (que no contabiliza) pero adiciona fragmentos que a veces suspenden una acumulación incesante de gestos que afirman que “ ‘Queríamos una prueba de amor, y no la hubo”, dijo un barrio nuevista de la primera hora” (153). Y es que del neoliberalismo, tema tocado muchas veces en el libro, no nos queda sino una acumulación desempoderada de las cosas, tal vez todo siempre fue así antes, pero si el gesto de amor precedía la acumulación, entonces las suspensiones en ésta son más latidos que paros. De esos latidos, lo que queda es su adición, su serie y su paso (tiempo), como de los signos y los trazos, de las palabras y de las cosas.

Acumulaciones en la playa: efervescencia y memoria. Notas sobre Otra vez el mar (1982) de Reinaldo Arenas II

El narrador de la segunda parte de Otra vez el mar (1982) de Reinaldo Arenas poco, parece, tiene que ver con la narradora de la primera parte. Hay, en la novela, dos formas de escribir, pero también dos formas de leer. En la primera parte, cuando los esposos desempacan, ante los libros de su esposa, Héctor comenta que “esos libros no solamente son falsos, sino ridículos […] yo te conseguiré otras novelas que te entretengan sin que pierdas el tiempo” (22). Mientras que la narradora busca encontrar un tiempo fuera de la rutina en toda la primera parte, en la segunda parte, Héctor sucumbe ante la inutilidad de su vida y asume un tono nihilista. Si la vida no puede encontrar nada que la sostenga, y si su voluntad de poder carece de propósito, todos los afectos del cuerpo se decantan hacia la muerte. 

Los seis cantos que componen la segunda parte son, desde cierta perspectiva, los textos que Héctor no le muestra a su esposa, eso que finge leer en la primera parte como excusa para escaparse de su vida. En un mundo donde todo está censurado, donde cada rebeldía es capturada, incluso las llamadas empresas nobles, como las artes o la literatura, son actos de cobardía. Escribir es carecer del valor para expresar lo que se siente. Desde esta perspectiva el ser humano, “si tuviese la valentía de expresar sus desgracias como expresa la necesidad de tomarse un refresco, no hubiese tenido que refugiarse, ampararse, justificarse, tras la confesión secreta, desgarradora y falsa que es siempre un libro” (231). La literatura, así, es una empresa que fetichiza la expresión de las necesidades y de los deseos. Escribir es saber que el texto debe circunscribirse a ciertas relaciones, sólo así, el circuito del libro (y de la empresa literaria) estará completo, sólo así el libro, “puede publicarse o censurarse, que puede quemarse o venderse, catalogarse, clasificarse o postergarse” (231). De ahí, entonces, que si hay una necesidad y un(os) deseo(s) de escritura estos tengan que ver con la fuerza de quien escribe de “dejar testimonio de que no fuera una sombra más que asfixió con sus suspiros, parloteos o sensaciones elementales su antigua inquietud y su sensibilidad” (231). El arte es una estafa, sí, pero es donde los “desconsolados de siempre/ intentaron justificar su desconcierto”, o en otras palabras, “el acogedor, inexistente sitio inventado siempre por los que aborrecen el sitio existente” (232). 

Aunque son claras las diferencias entre la primera y segunda parte (la primera escrita completamente en prosa y la segunda mezclando formas de verso libre y metro), ambas partes se preocupan por la insospechada pero persistente labor del tiempo. Ahí mismo es donde, también, las dos partes se diferencian: la primera parte en la búsqueda de un tiempo que suspenda el conteo incesante de la vida que se acumula, la segunda parte en la construcción de una válvula de escape. 

Para Héctor las salidas se van reduciendo, no van quedando muchas opciones. No obstante, al final del sexto canto ya no es la historia la que irremediablemente se acumula y ominosamente oprime a la desempoderada voz narrativa que la registra. En un momento, los personajes del sexto canto “salen del papel” y se le revela al narrador el “secreto” de su figura. Los personajes le dicen, “Pobre diablo. Él perecerá y nosotros permaneceremos. Enloquecerá y nosotros continuaremos. Dentro de muy poco habrá desaparecido y nosotros seguiremos. Con el tiempo ni siquiera se sabrá qué tuvo que ver con nosotros” (397). Como la vida que pasa y las palabras también se le pasan al narrador. A Héctor se le escapa aquello que ordenaba y acumulaba su relato, su poema y sus cantos. Si el escritor piensa que los signos lo obedecen, esto no es más que un truco, pues son los múltiples fragmentos los que le dan ritmo a la prosa y, en cierto sentido, a la vida. La vida puede ser una broma, “una inmensa cantidad de palabras palabreadas” (248), cúmulos dispersos, que se agregan a eso que somos, “un terror pasajero, una importancia airada/ una llama insaciable y efímera” (259). Sin embargo, como los personajes salidos del papel, y como el mismo Héctor, devorado por su propio texto, si una “descomunal impotencia amordaza tu vital rebeldía” (417), en la sumatoria de los signos, cada pasiva línea remecanografiada resquebraja la mordaza para dejarnos como Héctor frente al mar, “desatado, furioso y estallado” (418). 

Notes about Accumulation(s)

More (disorganized) notes (and some comments to the process of writing)

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Accumulation(s) IIII

These entries have been very messy. Yet, I do believe it is becoming clearer where I want to get with all this (or at least, I have that small certainty…)

1. With the first post I tried to open a possibility of rethinking the relationship between history, politics and literature in Latin America and its “integration” into capitalism as an economic system. This, of course, is nothing new, many have formulated this (I don’t know any names in particular. I can think about the “Feudalism and Capitalism in Latin America” by Ernesto Laclau [an article in which Laclau discusses some ideas about Andrew Gunder Frank, who believed that Latin America triggered capitalist expansion and rule in the years to come. Consequently, L.A was/is a place where the passage from capitalism to socialism is possible without mediation. While Laclau criticizes Frank very wide idea of capitalism, he also recognizes that some of what Frank says is right. Here, perhaps, the departing point from where Laclau will later formulate his further thoughts about radical democracy]). My purpose with the first post was to show how similar (somehow) the idea of the literary “Boom”, from the mid 20th century, is to the Chronicles of Indies. I see the Chronicles of Indies as texts that mix testimony, fiction, non-fiction and also some figures that could be closer to “modern” ideas of the literary. In a way, many other “medieval” texts —as many medievalists would argue (specially texts about mystics)— have already mixed testimony with “fiction”, storytelling and “high arts” (namely poetry, and so on). However, the Chronicles of Indies were the first ones to spread efficiently, motivate other “writers” (explorers, lettered conquerors, or anyone that could go in a ship to the “new land”) and also open the possibility for the writing of “fantasy”. In a way, then, the further Boom and later the so-called post-boom is a repetition of that initial “literary movement”.  

With this first post, I also was trying to formulate a concept (not that I achieved it, far from it) —namely, accumulation— that could connect the literary, the historical, and (somehow) politics. Departing from Marx’s famous “so-called” primitive accumulation, I suggest that what is at stake in any process of accumulation is the (necessary) production of systematic violence that changes the pattern of “cumulation”. That is, that “accumulation” is a process of ordering, changing, transforming and creating second nature: only after terror can bodies be reordered via habits (this is, I believe, close to what Jon Beasley-Murray’s posthegemony theory argues). From this perspective, capitalism always requires, as John Kraniauskas suggests, a process of so-called primitive accumulation. The thing is that, or at least from our current situation, things have changed, not for much, but the small changes in the last 30-40 years have reached a point where what is (was) accumulated cannot be perpetuated in a single regime. There is, overall, uncertainty. Now we see that what was accumulated (pollution for instance) is in “una ofensiva de lo sensible” as Diego Stzulwark argues. 

The first post is very limited. But I think it opens some minimal possibilities. There is, I think, a connection with the third post: if stories have, in a way, displaced history, wouldn’t it be because our ways of historizing, and of writing stories have been “novellized”? 

2. The second post tries to connect some of the ideas of the first post with, more or less, a specific context. What can be said about the way fiction is currently being written? As I tried to show, while it might be said that fiction these days is merely “itemising” the aesthetic, the thing is that “itemising”, as a narrative process/figure, is showing something that comes “naturaly” when producing a work of “fiction”, or writing in general. It isn’t that works like Luiselli’s or Knausgard’s are merely exposing the “phantom threads” that support the whole process of writing (we could say that this is the purpose of Marx after he formulates the process of “so-called” primitive accumulation and then comments the bloody legislations and so on), but that their “itemisation” is an attempt to count (to tell) without accumulating, that is to prepare the terrain for a line of flight, or to simply trigger it. 

What interests me, then, are works of writing (fiction) that exhibit the process of writing as “accumulation” while also they attempt to suspend and/or trigger a line of flight. These works, as I later tried to suggest in the third post, would be connected to the way certain things “crack-up”. I aim to work with “authors” like Reinaldo Arenas, Burgos-Menchú and Moya (here it becomes very obvious that I have a problem with temporalization); Roberto Bolaño [not sure about this one] and Mario Levrero (the space trilogy and La novela luminosa); and César Aira and Valeria Luselli. My intention is to divide the thesis in three. The first part would be dedicated to Arenas and “testimonio” / Menchú-Moya; the second part would be an intermezzo with Bolaño and Levrero, and the third one would be dedicated to Aira and Luiselli. 

This division is motivated by my intention to “connect” works of fiction and “critique” to history and the political. The first part of the project would be guided by the Fitzgeraldian question, “how things came to be like this?”. The third part by the Leninist one, “what is to be done?”. What I pursue with these questions is not to propose a contradiction between them. My intention is neither to show how these two perspectives are to a certain extend closer to each other, as Erin Graff Zivin has pointed out about the “tragic” and “utopian” political left perspectives (Anarchaeologies 31-32), but to point out that these two questions (the Fitzgeraldian and the Leninist one) are part of an assemblage that opens and closes possibilities for the left. These two questions are part of an abstract machine. The intermezzo, in the other hand, seeks for both the suspension and the possibility of a line of flight. Bolaño and Levrero recount the possibility of the machine to move on. 

(This section —from this post— is very loose and not very specific)

3.  With the third post, I tried to connect the first and the second post’s ideas about history and the “literary”. At the same time, I tried to question what is really at stake with “stories”. That is, if the “novellation” of history and of the novel has somehow “mixed and confused” perceptions, what place do stories hold? The question (problem?) of stories is not about differentiating truth from lies. But it is true that fiction is close to lies and once we hear enough lies, we are closer of not recognizing truth at all but still able to enjoy fiction. At the same time if we cannot stop narrativization (fiction, good or bad) or lying in general, what can we do with lies, errors, mistakes, evil? What is to be done? How things have become to be like this without us knowing it? When did we crack-up? All this questions of course demand a political (Lenin) and a pre-political (Fitzgerald) stand. Clearly, stories share things with lies, (errors and so on). But there is also the chance that both stories (and lies too) could open and call for the exodus, to abandon even the hope of truth and content ourselves instead with stories (?) —or better to escape while also adding. 

At the end of the third post, I suggested (poorly and confusing [but I think I want to save some of these ideas] that “stories” have a way of “adding”, counting (as EGZ recalls from Rancière). This process of “addition” is similar, or close, to what happens to an addict, a body that persists but is unstable and destabilizing but stable in his repetition of habits. Addiction is, then, a way of hanging to being, but also a path without clear ending, a brief line of flight. I would like to argue that there is a thread that connects Arenas and Luiselli (passing through testimonio [Menchú, Moya], Bolaño and Levrero and Aira). 

(This is too vague, I know)

Comments: 

-It is all too general, and I might be a little lost. At the same time, I think the idea of accumulation could be very productive. Specially if I start developing it more. I would like to work with 3 (ar least) different ways that accumulation happens: in capitalism (addition by subtraction [a.k.a accumulation by dispossession]); as addiction; and then as addition [a form of accelerationism (?).

-I have a (severe) problem with temporalization. Two posts dwell in “colonial” times. I need to work on this. 

-I need to connect the dots with the intended authors that I would like to work with. I also need to clarify the connection between history, literature and politics. 

-Something I’ve been thinking about and, so far, I merely named in the posts, is the idea of literature as a sphere a la Sloterdijk. I think this is an interesting idea, but I haven’t developed it more. 

Notes about Accumulation(s) I

The following notes are merely a series of thoughts without any particular order but that later (hopefully) could be part of my dissertation project (a very [till today] basic and naive ideas about accumulation as a general movement of history and specially modernity)

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Accumulation(s) I

In a way, our times could be described as a series of seriated and seriating accumulations. This, of course, not only testifies for capitalism’s endeavour but also for the way the climate catastrophe has heaped in the horizon of history as our further extinction. Yet, to accumulate does not necessarily means to horde valuable items neither to just let catastrophes pile in the horizon of the coming future. In fact, accumulations are closer to disorganized heaps, piles or bodies amassed (and therefore, somewhat to a weird idea of ecology, meaning that even the smallest tossed or dispensed body, would heap somewhere and eventually return to the place where it was thrown away). Etymologically (if this helps to clarify where I’m going), to accumulate is a verb whose first appearance was in the early XIV (1520) century and is composed by two particles, the preposition “ad” (to) and the substantive “cumulus” (a heap). Hence, in the early years of that period commonly called modernity, at the babbling of what centuries later would become a world ordered for capital through capitalism, a direction was forged, and bodies were constantly directed and redirected to it. 

The coincidence between the origins of the word accumulation and the early period (if not the dawn) of modernity signal that history, somehow, could be understood as a way of directing “cumulus” (heaps). It is not only after the works of Ricardo, Adam Smith and later Marx, that accumulation becomes a direction of wealth, for the first and second, and later, for the third, a production of that “ad” that directs the cumulus. When Marx famously described how the whole economic process worked, with the analysis of commodification, fetishization (another word —as accumulation— that was firstly coined in the context of slave trading in the XV-XVI century), capital circulation, value and surplus value, he still found necessary to unveil what started everything. For Marx, it is not that capital is merely understood as a machine, but as something that is triggered, something that needs to be started. Irremediably when understanding the process of accumulation(s) of capital, as Marx puts it, we “turn in a defective circle, out of which we only get by supposing an “original” [primitive]”, an “accumulation that is not the result of capitalistic mode of production, but its starting point”. That starting point, for Marx, “plays in Political Economy the same role that plays the “original sin in theology”. The result of this ironic comparison (and maybe not so ironic) is the famous formulation of the process of “so-called” primitive accumulation: that is the demystifying of an idyllic process of enrichment. From this perspective, the “so-called” primitive accumulation is the systematic repetition of violence, land dispossession, forced migration, law prosecution and bloody legislations necessary to produce an ambivalent subject that both surrenders to the “ad” of accumulation while also seeks for its “cumulation” in a line of flight: the vogelfrei. 

If the process of “so-called” primitive accumulation is needed at every stage of capitalism, where would the “ad” this time be produced when there won’t be no earth to live? Would it be that at best the feverish science fiction fantasies finally have been conquered (as depicted in movies like Ad Astra [after all, another movie about the possibility of starting a new process of accumulation in space)? As much as these questions are necessary, perhaps it should also be thought the possibility of an accumulation without “ad”, or an accumulation without “ad” or “cumulus” but another form of piling. Even more, perhaps that’s the only cynical comfort we have, that of which today accumulation is collapsing, and we are just hoarding history, as new vogelfrei we are tied to our impossibility towards the future and yet with the possibility of take off in a line of flight.

Mitad del cuento, atisbo otro. Notas sobre La cena (2006) de César Aira

La cena (2006) de César Aira pudiera ser corolario de otra de sus novelas. Mientras esto no sorprende, pues lo mismo se podría decir de buena parte de la obra de Aira, sí lo hace el tono sombrío y lacónico del relato. La cena cuenta la historia de un narrador deprimido, lleva ya siete años sin trabajo y se ha mudado al departamento de su madre en Pringles. Aunque la madre no hace sino amarlo, el narrador se siente fracasado. Así que, a miedo de dejar pasar su última oportunidad de alcanzar el éxito, el narrador lleva a su madre a cenar a casa de su único amigo, un tipo solitario pero sociable. Luego de la cena y de que madre y anfitrión entablaran una amable conversación, pues ambos tenían algo en común —la “pasión por los nombres” (pos. 6118)—, el amigo del narrador alarga la velada y les muestra a sus huéspedes una serie de juguetes viejos. La madre del narrador no soporta la exhibición, y es que madre y amigo “sólo se entendían cuando pronunciaban nombres (apellidos) del pueblo; en todo lo demás, ella se retraía enérgicamente” (pos. 6228). Después, el narrador regresa a casa con su madre y se pone a ver por la televisión un programa en vivo en el que se da seguimiento a un evento terrorífico local: cadáveres que se levantan de sus tumbas para succionar las endorfinas del cerebro de los habitantes del pueblo. La desgracia, que no logra sacar al narrador de su depresión y pasmo, dura poco. Finalmente, el narrador, al visitar al día siguiente a su amigo para proponerle formalmente su idea de negocios, se da cuenta de que la desgracia televisada no fue sino un “mal” programa de televisión, un refrito que ahora recibe los elocuentes comentarios de su amigo, para quien ese negocio televisivo debe cambiar, pues “la prosa de los negocios tiene que expresarse en la poesía de la vida” (pos. 7157). 

Mientras que la narración del programa de televisión concentra la mayor parte del relato, el meollo (o uno de los meollos) de la narrativa es la depresión del narrador y su fascinación por los juguetes antiguos que su amigo le mostrara el día de la cena. El narrador queda maravillado cuando ve el primer juguete de su anfitrión. “Era un verdadero milagro de la mecánica de precisión, si se tiene en cuenta que esas manitos de porcelana articulada no medían más de cinco milímetros” (pos. 6202). En cierto sentido, el juguete, como tantos objetos en la obra de Aira tiene un carácter atuorreferencial respecto a la novela en sí. Es decir, como el amigo guarda un montón de objetos inútiles pero “milagros de una mecánica precisa”, así también el mercado literario guarda las novelas de César Aira, obras de precisión milagrosa, pero que a los ojos de otros observadores, como los de la madre del narrador, no son más que objetos inútiles y chatarras, juegos de niños. Los juguetes, como las novelas del autor del relato, son objetos que se presentan en forma precisa y pura, hasta que uno empieza a ver que sucede otra cosa. A cambios de velocidad y fuerza la forma se expresa. Cuando el juguete en cuestión, el de las miguitas imaginarias, termina su funcionamiento, el narrador observa que tal vez “Los autores del juguete debían de haber querido significar la cercanía de la muerte de la anciana. Lo que me hizo pensar que toda la escena estaba representando una historia; hasta ese momento me había limitado a admirar el arte prodigioso de la máquina, sin preguntarme por su significado” (6206). El asunto es que ni la madre ni el anfitrión se esfuerzan en entender la “narración” del juguete, para la primera es una pérdida de tiempo y para el segundo es sólo un derroche de forma. 

El enredo que se teje entre las perspectivas del narrador, su madre y su amigo pone a unos en concordancia y a otros en discordia. La concordancia no puede englobar a las tres partes. Mientras que el amigo y la madre viven fascinados por los nombres (apellidos) que saben, el narrador no comparte esta emoción. Igualmente, a la vez que el narrador y el amigo tienen una fascinación similar por los juguetes y demás objetos lujosos —pero inútiles—, la madre del narrador no puede verle nada de especial a esos cachivaches. Aunado a esto, el narrador queda fuera de cualquier lugar de concordancia, pues ni los remedios del amigo (reformar la forma en que la televisión en Pringles trabaja, para expresar “la prosa de los negocios tiene que expresarse en la poesía de la vida” [pos. [7157]), ni las desconfianzas y preocupaciones de la madre sobre el futuro de su hijo, lo sacan del pasmo y tedio en el que vive.

Si a la mesa de una cena se sentaran arte, estado y mercado, éste último, al menos para nuestros días, sería el anfitrión. Mientras estado y mercado se atragantan de nombres para verificar sus narraciones, el arte no hace sino ver que, como el narrador al escuchar las razones por las que su madre desconfía de su amigo, “los nombres hacían verosímil la historia, aunque sobre mí provocaban más efecto de admiración que de verificación” (6347). El arte puede ver la verdad, pero no verificarla. No es su “deber”, pues la verificación y —en cierto sentido también— la verosimilitud pertenecen a un tiempo muerto, como el de la televisión y el programa que registra la catástrofe de los muertos vivientes y su resolución. Si al día siguiente de la cena, el estado, como la madre, queda con el estómago revuelto, y el mercado con las últimas palabras que no rehabilitan al arte, entonces, no habría más que la estetización de la máquina y el sistema como triunfo de un totalitarismo que sabe del pésimo, pero eficiente, funcionamiento de las viejas formas de narrar la vida cotidiana (como el programa sobre los muertos vivientes). No obstante, si la última palabra la tiene el mercado, su prosa de negocios no es más que una narración mal contada, pues como al amigo del narrador, al mercado “se le mezclaban los episodios, dejaba efectos sin causa, causas sin efecto, se salteaba partes importantes, dejaba un cuento por la mitad” (pos. 6076). En esa mitad que se abre al final de las últimas palabras del mercado, la poesía de la expresión abre camino para otra vida y su trabajo.