El narrador comenta sobre la narración de Quilco, sobre Manuno, que éste último “desfiguró los hechos, rodeándolos de siniestro aparato y dijo cosas que nunca habían pasado […]” (96), esto no es una excepción, sino una parte integral de Raza de bronce. La propia narración de la novela es a su vez otro “siniestro” aparato. Especialmente en la parte de “El Yermo” abundan aparatos y máquinas siniestras (como la leyenda de Suárez, que distorsiona la realidad, y la aparición del diablo, como afirma Wata Wara antes de ser violada).
Las intervenciones de Suárez son un buen ejemplo de las acciones de una máquina siniestra. Al dirigirse a Wata Wara por primera vez, Suárez le dice: “hechicera ondina de este piélago formado por las lágrimas” (219), a lo que Pantoja responde: “¡Cállate, ganso, y habla como gente!” (219). La expresión de Suárez no es la de “la gente”, es como la de Quilco, torcida, exagerada, la de un “animal”. Una máquina siniestra es anormal. Entonces, Suárez es animalizado por el mismo mecanismo que permite que los indígenas sean comparados a lo largo de toda la novela con bestias o cualquier otro cuerpo. Este mecanismo es cualquier forma de expresión verbal, el lenguaje. Las palabras, como forma de expresión narrativa y poética permiten poner en un mismo nivel a todos los personajes. En otras palabras, la lengua vuelve posible que Pantoja vea al mundo a la manera de Hobbes, o como mejor lo dice Tokorcunki, un mundo donde todo se resume a: “matar o morir” (266).
No es gratuito que Tokorcunki reconozca que: “algún veneno horrible han de tener las letras” (281). “Las letras” ayudan, pero también someten a todos a un orden de guerra permanente en espera de la formación de un soberano. Sin embargo, la rebelión al final del relato no requiere palabras ni recuerdos. Agiali y los otros marchan a la hacienda con “un deseo de venganza […] en el que no entraba el recuerdo de la zagala [Wata Wara]” (282). De ahí, tal vez, que el final de la novela sea pirotecnia narrativa y rebelde, donde no se narra la afrenta, pero se cuentan perspectivas, colores, gritos. No hay esperanza, pero tampoco abandono a la causa. Quizá la rebelión más eficaz es esa que no espera y no quiere nada, como dice Choquehuanka, pero que se expresa “antes de dejar[nos] en esta tierra”.