Notas sobre LASA 2024

Celebrada, aclamada, odiada, ignorada y siempre bulliciosa, la conferencia de la Latin American Studies Association (LASA) se celebró en Bogotá este año del 12 al 15 de junio en las instalaciones de la Universidad Javeriana. Esta fue la sexta vez que participo en la conferencia y aun no entiendo bien qué está en juego en este evento. Está claro, por supuesto, que la conferencia sirve como punto de encuentro para viejos colegas, excompañeros, o amigos que han interactuado y discutido por años temas afines en el área de los estudios latinoamericanos. Por otra parte, es innegable que entre tantos paneles, talleres, conferencias y eventos uno no puede sino sentirse perdido y algo abrumado. Como alguna vez leí en algún lado, para evitar estos embrollos y sobrevivir LASA con éxito, el festival de cine siempre es un buen refugio. Ahora bien, ¿vale la pena hacer el viaje sólo para ver películas latinoamericanas?

No soy el primero ni el último que se para a pensar en los sentimientos encontrados que genera la conferencia de LASA. De hecho, en Bogotá y a propósito de la conferencia, Luis Guillermo Vélez Cabrera y Alejandro Lloreda escribieron una elocuente crítica sobre el festival. La nota lleva como título “Notas sobre un festival woke.” La nota apunta como a partir de las diferentes divergencias que ha tomado “la izquierda” mundial, sobre todo en Norteamérica, muchos temas canónicos de los estudios latinoamericanos, y otras áreas, han sido desplazados por una agenda “woke.” La palabra, que en inglés hace referencia al estar despierto, pero también a una serie de luchas y reivindicaciones sociales popularizadas por redes sociales a partir del #metoo, y otros movimientos sociales, carga una connotación ambivalente. Mientras que para algunos lo woke refiere a un intento por reivindicar a grupos marginalizados a través de prácticas simbólicas y sociales, como la inclusión de grupos minoritarios en el reparto de películas y programas de entretenimiento. Para otros, lo woke refiere a la atomización social y al dominio de las políticas de identidad acérrimo y más reaccionario. Es decir, como bien ilustran Vélez Cabrera y Lloreda, lo woke se compone del exacerbado comentario de temas foucaultianos; de la aglomeración sin sentido de interseccionalidades o subalternidades; de la victimización ante todas las cosas de cualquier grupo de riesgo; y de la idealización de los grupos marginados (indígenas, colectivos LGBTQ+). 

Quizá lo peor de lo woke, como lúcidamente comentaba mi anfitrión en Bogotá, un profesor jubilado de la Universidad de los Andes, es que, por afán de querer resolver problemas importantes, los movimientos woke terminan generando y atomizando los problemas, creando así falsos problemas que se multiplican y diversifican por todas partes. Vélez Cabrera y Lloreda, añaden que: “El woke, en vez de integrar a la sociedad defendiendo los valores humanos universales, la segmentó en pedazos de salami identitarios que se engullen fácilmente.” Al final, lo más triste de los movimientos woke es que no son reivindicativos ni contestatarios ante las injusticias, sino que son afirmativos y acordes con las propias injusticias y formas de explotación que denuncian. Quizá el ejemplo más claro de este callejón sin salida es la utilización del lenguaje inclusivo. Mientras que los cambios en una lengua siempre han estado en manos de las multitudes, el carácter prescriptivo de grupos a favor del lenguaje inclusivo, que consiste en la utilización de formas “neutras” en el español a partir de la modificación de las palabras (i.e. une, por uno, niñe, por niño), promueven la idea de que las palabras son las cosas. Esto es, si una lengua es siempre excluyente (pues quien no habla una lengua está fuera de ese horizonte de sentido), en el afán de volver a los signos referentes fieles de aquello que designan, el lenguaje inclusivo termina por ser doblemente excluyente. Une niñe puede estar feliz en su casa de coto privado y educación progresiva, mientras miles de niños nunca verán una escuela y nunca sabrán siquiera que algunos de ellos pudieron haber sido niñes.

Por otra parte, tampoco es aleccionadora la crítica de Vélez Cabrera y Lloreda. Pues claro, es bastante fácil criticar a algo tan poco consistente como lo woke. De hecho, la crítica misma que hacen Vélez Cabrera y Lloreda es, en cierto sentido, una crítica woke. El texto está escrito justo como un woke juzgaría: el internet, las imágenes y un “control + f” por delante. Es decir, Vélez Cabrera y Lloreda critican a la conferencia por no promocionar temas para ellos importantes, de “grueso calibre” les llaman. Criticar el programa de un evento sin haber ido es el consuelo y la lucha misma de los “woke.” ¿Qué pensar, entonces, sobre una conferencia que, al menos desde la perspectiva de Vélez Cabrera y Lloreda, se percibe como “El Woodstock de los estudios latinoamericanos”?

Quizá lo más difícil sería decir que en LASA, al menos en las últimas conferencias, se sigue un tema a fin o que hay figuras “clave” en el campo de estudiso. Esto es, este “festival” no tiene nada de Woodstock pues no hay artistas principales ni teloneros. De hecho, aunque todas las conferencias de LASA promocionen un tema, o una línea de pensamiento a seguir, son contados siempre los paneles que aceptan la invitación del comité organizador. Para este año, LASA invitó a los panelistas a “imaginar futuros posibles para las Américas.” Al respecto, fue bastante anticlimático que, en la casi clásica mesa redonda sobre el estado actual de los estudios latinoamericanos, poco o nada se discutiera sobre el futuro del campo de estudio. Antes bien, los participantes de la mesa, algunos presentando de manera remota, se dedicaron a rememorar cómo ha sido su experiencia dentro del campo. Para algunos, por otra parte, además de ejercitar su memoria, el campo de los estudios latinoamericanos debería de reordenarse ante los embates del discurso identitario y decolonial. Esto mismo, quizá, demuestra la incapacidad de la conferencia de imaginar un futuro, ni mucho menos de entender su propio pasado, pues hace ya más de 20 años varios intelectuales habían advertido el peligro que las políticas identitarias y la opción decolonial representaban para el campo de estudio. Si algo valioso hubiera dentro de las intervenciones de los panelistas de la mesa es que el campo de los estudios latinoamericanos, más bien, siempre tiene que volver a hacerse desde un “afuera.” Esto, al menos, quedó evidente luego de que cada ponente explicara y enfatizara que ellos mismos, como “latinoamericanistas,” habían surgido de otros campos y que, casi, circunstancialmente hubieran caído en el campo de los estudios latinoamericanos.

No hay, entonces, futuro para las Américas. Y, de hecho, esto no necesariamente tendría que ser negativo. En uno de los últimos paneles de la conferencia, quizá un “headliner” del Woodstock que vieran Vélez Cabrera y Lloreda en el programa del evento, un ponente tajantemente argumentó que la idea de futuro no puede ya servir como promesa discursiva para articular cambios políticos ni intelectuales. El análisis presentado por el ponente partía de una lectura del libro de poemas Un libro rojo para Lenin del poeta salvadoreño Roque Dalton. La idea misma de tiempo, para el panelista, es dejada de lado en los poemas de Dalton. La redención, o la promesa, como forma de articuladora de sentido queda agotada a finales de siglo. Con esto, pues, el futuro se borra del horizonte y los movimientos sociales quedan expuestos a la intensidad e inmanencia del instante. Desde el instante, entonces, de nada sirven las identidades. Desde lo inmanente, el tiempo queda vaciado de la urgencia y se abren posibilidades nuevas. No hay ya lugar para gastar energías con planes y proyectos. Sin la idea misma de futuro todo está en manos de las multitudes. Y, aunque claro, el tema de la desaparición del futuro como aglutinador de sentido en los movimientos sociales también, de cierta manera, ya fue discutido por exlatinoamercanistas y otros pensadores afines al congreso, fue interesante ver una intervención que siguiera y desafiara la línea de pensamiento sugerida por el congreso.

Si los especialistas en el área de los estudios latinoamericanos no pueden formular respuestas adecuadas sobre el estado actual del campo mismo, y tampoco hay futuro como aglutinador de sentido, entonces el campo de los estudios latinoamericanos queda a la intemperie. Desde este espacio se abren nuevas posibilidades. Ya no hay futuro, ni especialistas capaces de domar el campo. Todo, al menos desde una perspectiva muy positiva, queda en un “vamos a ver.” Y al mismo tiempo, todo queda también como todo aquello que vive a la intemperie: muy cercano de su muerte en soledad.

Infrapolítica en Los muertos y el periodista (2021) de Óscar Martínez

Desde el inicio de Los muertos y el periodista (2021), de Óscar Martínez, se advierte sobre el tema principal del libro, pero también sobre la diferencia radical que tiene este libro en comparación con otros escritos por Martínez. Este es también un libro en el que “hay pandilleros, pero no es sobre pandillas; hay narcos” pero “no va de narcos; hay El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Estados Unidos, pero no va sobre esos países; también hay policías y jueves y presidentes y políticos corruptos, pero no pretende profundizar en ese mal endémico de la región; hay migrantes y no es sobre migración; hay reflexiones de periodismo y frases de periodistas célebres, pero no va sobre eso” (12-13). Eso que hay en, pero no “de lo que va” el libro es la diferencia radical a la que apunta Martínez. Si sus trabajos anteriores fueron ejercicios periodísticos de largo trabajo y dedicación, este libro, como se dice desde las primeras páginas, fue escrito “como vomitar” (11). Así pues, este es un libro sobre la distinción, o la diferencia absoluta, entre aquello que hay y aquello que es, entre lo que es trabajo (escribir) y lo que es orgánico (vomitar), y entre los muertos y el periodista.

Aquello que separa al periodista de los muertos es también lo que los une. La principal historia que el libro cuenta, construida a partir de digresiones, reflexiones y comentarios sobre el trabajo anterior de Martínez y otros de sus compañeros periodistas, es la de una muerte anunciada, como la de casi cualquier fuente que pueda tener un periodista como Martínez: Rudi, un dieciochero que presenció una masacre realizada por policías en El Salvador, esquiva su muerte hasta que años después policías irrumpen en su casa y secuestran a él y a dos de sus hermanos. Jéssica, la hermana mayor de Rudi, y Martínez, se encargan de identificar los cuerpos de los dos hermanos de Rudi, cuando estos aparecen. Pero de Rudi, no quedó sino un cráneo quemado, una calavera imposible de identificar. El desenlace es una ya sabida desazón, un no saber, y una absoluta impotencia. Al final, el periodista vive, una buena historia se escribe y se vende, y los muertos se apilan en un cúmulo interminable. Y aún así, es por la vida de Rudi, su confesión y su historia, que muertos y periodista guardan una relación casi irrompible. 

La diferencia entre muertos y periodista está en la completa obviedad que conllevan ambas palabras. Los muertos son muchos, el periodista es uno solo. Los muertos preceden al periodista, el segundo es un mero agregado (aquello que sigue de la “y”). Aún así, es por el agregado, el periodista, que aquello que precede puede hallar un espacio en la escritura. El asunto, claro está, es que escribir no es, para nada, un oficio feliz. Ante la famosa frase de Gabriel García Márquez, sobre eso de que el mejor oficio del mundo es el periodismo, Martínez afirma, “‘No jodás’ le respondería con muchísima admiración” (36). Para Martínez, el oficio del periodista “da un privilegio inmenso y una enorme responsabilidad: atestiguar el mundo en primera fila. Aunque a veces, casi siempre, el espectáculo sea nefasto” (36). El periodista, entonces, es aquel que ve aquello que es siniestro, lo que duele, pero que también expande la imaginación y provoca la escritura. El periodista registra un infinito incalculable donde se mezcla el dolor, el asombro y la curiosidad en el nudo machacado de las palabras.

Desde esta perspectiva, entonces, se podría pensar que la escritura es en sí una práctica que guarda las distancias insalvables, una práctica de la diferencia absoluta entre aquellos que viven y mueren, y el “individuo” que registra todo en una multitud: los muertos. Es decir, el periodista es aquel que escribe siempre sobre los muertos, es aquel que encara siempre a esa siniestra multitud. Los muertos y el periodista es un libro sobre ese espacio crepuscular donde se diferencia lo que hay y lo que es: un espacio infrapolítico, similar a aquello que Alberto Moreiras define como eso de lo que ningún experto puede hablar. Desde ese espacio siniestro, esa infinita distancia, pero también infinita cercanía, es que se invita a pensar la relación misma entre muertos y periodista, entre lo existente y su registro, lo que duele y sus marcas. Sólo desde aquí es que uno pudiera ver en Los muertos y el periodista no sólo un libro de distancias insalvables, sino un umbral hacia otra parte y diferentes comienzos.

Crisis, extenuación, y transición. Notas sobre Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez II

Segunda parte (final)

Luego de que la amiga de Gaspar, Adela, sea atrapada por la casa abandonada que ella y sus amigos visitaron al final de la tercera parte, el grupo de amigos se desintegra. Las páginas restantes de Nuestra parte de noche (2019) dan seguimiento a estos eventos. A su vez, el resto de la novela se compone de fragmentos del diario de la madre de Gaspar, Rosario (“Círculos de tiza”); las notas de una periodista que investiga las fosas de restos humanos y desaparecidos de la dictadura (“El pozo de Zañartú”); y la última parte de la novela sigue los años de Gaspar con Luis, su tío, hasta el desenlace de la historia, cuando Gaspar se venga de “La Orden” (“Las flores negras que crecen en el cielo”). Como ya era claro al final de la tercera parte, una de las preocupaciones principales de Nuestra parte de noche es el pensar la post-dictadura argentina, la transición a la democracia. 

La novela de Enríquez invita a pensar en la transición como un proceso de intercambio. Juan engaña a “La Orden,” bloquea los poderes de Gaspar, pero para poder salvar a Gaspar, debe de entregarle Adela a “La Oscuridad.” La amiga de Gaspar, resulta ser su prima, su madre era prima de Rosario. Adela es la hija de una Bradford y un militante del “Ejército de Liberación Maoísta Leninista” (501). Desde esta perspectiva, la novela sugiere que para poder salvar los restos del peronismo (el hijo de Juan, Gaspar), se debe entregar a la “Oscuridad” los restos de la izquierda radical. Desde esta perspectiva, la transición a la democracia argentina es la traición a la izquierda radical. La cuestión, entonces, es si el peronismo puede vivir con esta traición. Por el final de la novela, la respuesta es una rotunda negación. Luis, el tío de Gaspar, intenta reconstruir su vida, y la casa donde se muda con su sobrino “una casa en Villa Elisa, cerca de La Plata, que se venía abajo, pero era hermosa y Luis quería recuperarla” (519). Luis, como un restaurador, intenta reconstruir los restos del peronismo, incluso llama a uno de sus hijos como Perón. Sin embargo, sus esfuerzos son en vano: Luis es asesinado por la abuela de Gaspar para atraer a su nieto de nuevo a la “La Orden” y retomar las tareas pendientes de su padre. 

Si bien, la novela invita a pensar en el rol de las élites en el proceso de transición, sobre todo por los personajes de la familia Bradford “los reyes. Terratenientes. Yerbateros. Rentistas. Explotadores” (591). La novela también invita a pensar en el desgaste de la clase letrada, o más bien, en el desgaste de la profesionalización laboral y artística, y el desgaste de la vida en general. La madre de Gaspar, “la primera doctora en antropología argentina graduada en Cambridge” que sentía “un orgullo ridículo” (445), contrasta radicalmente con los sentimientos de Gaspar y sus amigos frente a sus vidas y profesiones. Gaspar, por ejemplo, filmaba fiestas de quinceañeras, lo “hacía por hacer algo, para no aburrirse” (592). Y más aún, a pesar de ser un joven brillante, atractivo y millonario, es incapaz de compartir su riqueza, incluso después de vengarse de “La Orden.” Él mismo comenta “No entiendo por qué tengo que estudiar” (617), ante las insistencias de su novia Marita para que se vuelva profesor de inglés. Igualmente, los dos amigos de Gaspar, Vicky y Pablo tampoco encuentran ese orgullo que sentía la madre de Gaspar. Vicky es una doctora con una habilidad de diagnóstico infalible, pero incapaz de sentir empatía, “esa parte de la medicina, la empatía, no la tenía tan desarrollada … Le costaba ver a la gente detrás de las patologías …Ella debía ser eficiente y certera para curar. Que otro se encargara de secar las lágrimas y calmar el pánico: ella estaba demasiado ocupada” (582). Pablo, a su vez, vive con la imposibilidad de volver público su romance con un fotógrafo de éxito, a pesar de que en su círculo de artistas, la homosexualidad no es tabú. La transición, entonces, dejó las cosas sumergidas en un miasma. A cambio de eficacia laboral (Vicky); riqueza, no bien distribuida, (Gaspar); y éxito en las artes (Pablo) se sacrificó el amor, el orgullo “ridículo,” la pasión y el deseo del estudio. Los personajes de Nuestra parte de noche viven todos como Gaspar al final de la novela con “un corazón exhausto” (667). 

Civilización y barbarie revisitadas. Notas sobre Nuestra parte de noche (2019) de Mariana Enríquez I

Primera parte (bis. p 351)

Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez es una novela entre el género de terror y el roman a clef ambientada en los años previos a y durante la dictadura y la transición a la democracia en Argentina (1960-1997). La novela se centra el la familia de Juan Peterson y su hijo Gaspar. Juan es el médium de la Oscuridad, una entidad antigua reverenciada por “La Orden,” un culto transoceánico. La historia de “La Orden” y de la familia de Juan se superpone a la historia nacional: la orden ancla sus orígenes con la llegada den el siglo XIX de capitalistas ingleses a la región del Chaco, Juan es hijo de inmigrantes del norte de Europa llegados a la Argentina en el periodo de la posguerra. Este movimiento que superpone terror e historia es, quizá, una referencia al propio título de la novela, nuestra parte de noche. Desde esta perspectiva, el terror es la parte de noche de la historia, esa parte crepuscular e indecible que aterroriza al discurso histórico, que lo hace temblar, pero desde el cual también se articula. Y Al mismo tiempo, como le dice Juan, agonizando, a su hijo, la parte de noche es el residuo, un resto afectivo “tenés algo mío, te dejé algo mío, ojalá no sea maldito, no sé si puedo dejarte algo que no esté sucio, que no sea oscuro, nuestra parte de noche” (301). En este orden de ideas, la novela, ambiciosamente, revisa momentos terroríficos de la historia argentina del siglo veinte. 

Si bien, la reevaluación de la turbulenta historia de la Argentina en la segunda mitad de siglo veinte ha sido ampliamente revisada, la vuelta de tuerca de Enríquez consiste en de disociar el terror del que muchas veces es el agente de todos los males, el estado. Así, la orden y sus rituales perversos no son una metáfora del estado, pero sí de esa parte también “malévola” en la historia argentina: los capitalistas. Juan, el médium “perfecto,” se casa con Rosario, una descendiente directa de los miembros fundadores de la orden, los Bradford (ingleses acaudalados que expandieron su capital al mudarse a la Argentina). Así, la familia de Juan y Rosario es, en buena medida, el proyecto nacional de las élites “criollas,” ésas que no quedaron dentro de la política de los caudillos, pero sí contribuyeron a la acumulación de capital. De hecho, la novela reformula uno de los temas más fuertes de la literatura nacional argentina: la civilización y la barbarie. Cuando Juan y su hijo visitan las cataratas del Iguazú. El niño le pregunta al padre porque sus abuelos maternos, tan acaudalados, no se construyeron su finca cerca de aquellos parajes, “No se puede, le contestó Juan, es un parque nacional: no es de nadie, es del Estado. ¿Qué es el Estado? Es de todos, no lo puede comprar una familia particular, eso quiere decir” (112). Los bienes “naturales” son de nadie, del estado, y por lo tanto su terror, no siempre es aterrador: Gaspar primero de asusta de la “Garganta del diablo,” la caída del agua, pero luego “se volvió a reír de lo mucho que se habían mojado” (112). Por otra parte, los abuelos de Gaspar, los Bradford, para quienes “el dinero… es un país en sí mismo” (116) mantienen otra relación con bienes similares a las cataratas, el arte (segunda naturaleza). Cuando su hija Rosario, la madre de Gaspar, le pide su pare que done obras de Cándido a los museos nacionales, pues “es robo, esto [los cuadros] es patrimonio, y él respondía que me la vengan a sacar entonces, la puta que los parió, y un carajo se las voy a dar. Rosario fingía indignación, pero Juan podía verle la sonrisa” (118). 

Desde la perspectiva de Nuestra parte de noche la civilización guarda la segunda naturaleza y la barbarie a la primera naturaleza. El asunto es que, en la novela, la barbarie está ya integrada al estado, y esa parte es ya común. Más aún, si el estado está en la “naturaleza” lo bárbaro deja de ser naturaleza, pues lo bárbaro es más cercano a las carnicerías de rituales que la orden realiza: con brazos amputados, sacrificios humanos, tortura y demás. Así pues, no es casualidad que, aunque los espectros también puedan rondar los bosques, en Nuestra parte de noche todo el terror está en las casas, el lugar de la civilización, sobre todo en las casas abandonadas o las casas de los ricos (la casa de Gaspar y Juan en Buenos Aires fue diseñada por los arquitectos O’Farrell y Del Pozo [329] y la finca de los abuelos diseñada a su vez por otros arquitectos de renombre). Si el terror está en las casas, ¿quién puede vivir en la “naturaleza” si ahí mismo es donde el estado, en la dictadura, vacía y desaparece cuerpos? El pasaje de casa a la intemperie y viceversa es también la tragedia argentina del siglo veinte: la transición. De hecho, este es el conflicto de Juan que, cercano a morirse, por órdenes de la “Orden,” debe transferir su conciencia a su hijo, que posee aptitudes de médium también, para continuar con los rituales. Juan se rehúsa y encuentra una manera de “bloquear” los dones de su hijo. Se anula esta transición, pero no se anula el proceso en sí. Al final de la tercera parte “La cosa mala de las casas solas” una amiga de Gaspar es atrapada por una casa abandonada en su barrio. Juan no canceló la transición, la volvió convertible, transformable, transferible. 

Notes on From Lack to Excess. “Minor” Readings of Latin American Colonial Discourse (2008) by Yolanda Martínez-San Miguel

Yolanda Martínez-San Miguel’s From Lack to Excess. “Minor” Readings of Latin American Colonial Discourse (2008) departs from the understanding that writing in times of the Spanish Crown expansion in America in XVI is, in more than a way, a minor discourse. It is not that the Spanish “Empire” completely captured and controlled the ways writing was produced. This means that beyond any possibility of turning the Chronicles of indies a simple mirror that reflects the agendas of homogeneus/unitary nationalist ideas, understanding the writing of the Chronicles as a minor discourse “allows us to make the transition from the ambivalence of the colonial subject to the rhetorical ambiguity of a colonial discourse” (36). After this, it becomes visible that the Chronicles are “sites of intervention within the hegemonic discursive matrix that can still be effectively elucidated by the particular exercise of reading” (38) in a minor key. What the texts analyzed by Martínez-San Miguel offer is the description, or depiction, of a radical change between orality and writing, between “verbal” lack and “linguistic excess”. The Chronicles, as texts that mix both colonial discourses (“those textual moments in which the project of colonization and conquest is depicted from an Americanist perspective” [39]) and imperial discourses (“conceived from within a metropolitan perspective, and they endorse a European colonizing project” [39]) are knotted by the transition from lack to excess. The awe that emptied the conquistadors and colonizers soon was supplanted by a dominant control. 

Martínez-San Miguel revisits a vast collection of canonical texts. Her insights on Colón, Cortés, Las Casas, Cabeza de Vaca, el Inca Garcilaso de la Vega, Sigüenza y Góngora and Sorjuana Inés de la Cruz illustrate the stated progression from lack to excess. In other words, the depiction of an empty discourse in the chronicles is filled with a baroque overwhelming presence as a general teleology. At the same time, it seems that Martínez-San Miguel, suggests that the complete domination of the “imperial interpretative matrix/paradigm” of the Spanish Crown was never fully achieved. For instance, when closing her argument about Sor Juana’s silence, as something that brakes and “produce[s] an eccentric intellectual, a colonial and feminine subjectivity that attempts to correct, complete, and reconfigure interpretation of herself and her works produced in the metropolitan centers” (182), Martínez-San Miguel suggests that as much as writing was still “a response to a required dialogue to achieve a reinscription as a colonial subjectivity” (183) the imposed logic of the “empire” was incompetent. After all, as all minor writings, this serve, or have “an unsurmountable hermeneutic limit” (183) where the domination of the empire sees their deformed and fake idea of hegemony. It is, then, that minor discourses in colonial times sometimes were able to depict a voice “that incorporate itself but also ‘corrects’ its official representation within an hegemonic discursivity” (184). Martínez-San Miguel sees this as something that is “beginning to exhaust its capacity of capture [of the imperial hermeneutic matrix]” (184). With this, From Lack to Excess finishes its argument and its meaningful insights. Yet, the pretended progression insisted in the book, might suggest to reflection on some arguments of the beginning of the book.

If aphasia serves as the foundational moment where lack emerges as the necessary “void” of the expression of the conquistadors, excess would be a sort of “plug” that in an ominous way cancels the depth of the void. The thing is that as much as “aphasia signals the failure of language to apprehend or grasp the complexity of the American reality as a discursive strategy parallel to the lack of epistemic and material control over the newly discovery lands and subjects” (45), as it happens eminently to Colón, aphasia is already, and always in the Chronicles, a catachresis because the lack of epistemic-voice is already deposited writing. That is lack is always a conglomerate of writing, and this writing as the one of Sor Juana is already showing how “fast” the limit of the imperial hermeneutic is reached. If “the admiral” cannot fully capture all the marvelous things he sees, his aphasia is a stasis that turns to be active, an active passivity. The limit was not only reached by the imperial logic, but also by writing itself. After this, then, it might be possible to rethink how the transition from lack to excess is not a process that started and finished, but a constant strategy in Latin American temporality in general (and perhaps elsewhere). Lack is always a void but never a place that misses something. Lack does more than a silenced and fascinated face, lack writes. From this perspective, the lack in Cortés, or any other colonial writer, is a result of something that exceeds it, something that forces writing as emphasis, as repetition, as enumeration, as a list. If “what is visible cannot be contained by language” let the writing turned it form and content so that the yes might see it, so that at least the illusion of readability be achieved.

Notes about Accumulation(s)

More (disorganized) notes (and some comments to the process of writing)

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Accumulation(s) IIII

These entries have been very messy. Yet, I do believe it is becoming clearer where I want to get with all this (or at least, I have that small certainty…)

1. With the first post I tried to open a possibility of rethinking the relationship between history, politics and literature in Latin America and its “integration” into capitalism as an economic system. This, of course, is nothing new, many have formulated this (I don’t know any names in particular. I can think about the “Feudalism and Capitalism in Latin America” by Ernesto Laclau [an article in which Laclau discusses some ideas about Andrew Gunder Frank, who believed that Latin America triggered capitalist expansion and rule in the years to come. Consequently, L.A was/is a place where the passage from capitalism to socialism is possible without mediation. While Laclau criticizes Frank very wide idea of capitalism, he also recognizes that some of what Frank says is right. Here, perhaps, the departing point from where Laclau will later formulate his further thoughts about radical democracy]). My purpose with the first post was to show how similar (somehow) the idea of the literary “Boom”, from the mid 20th century, is to the Chronicles of Indies. I see the Chronicles of Indies as texts that mix testimony, fiction, non-fiction and also some figures that could be closer to “modern” ideas of the literary. In a way, many other “medieval” texts —as many medievalists would argue (specially texts about mystics)— have already mixed testimony with “fiction”, storytelling and “high arts” (namely poetry, and so on). However, the Chronicles of Indies were the first ones to spread efficiently, motivate other “writers” (explorers, lettered conquerors, or anyone that could go in a ship to the “new land”) and also open the possibility for the writing of “fantasy”. In a way, then, the further Boom and later the so-called post-boom is a repetition of that initial “literary movement”.  

With this first post, I also was trying to formulate a concept (not that I achieved it, far from it) —namely, accumulation— that could connect the literary, the historical, and (somehow) politics. Departing from Marx’s famous “so-called” primitive accumulation, I suggest that what is at stake in any process of accumulation is the (necessary) production of systematic violence that changes the pattern of “cumulation”. That is, that “accumulation” is a process of ordering, changing, transforming and creating second nature: only after terror can bodies be reordered via habits (this is, I believe, close to what Jon Beasley-Murray’s posthegemony theory argues). From this perspective, capitalism always requires, as John Kraniauskas suggests, a process of so-called primitive accumulation. The thing is that, or at least from our current situation, things have changed, not for much, but the small changes in the last 30-40 years have reached a point where what is (was) accumulated cannot be perpetuated in a single regime. There is, overall, uncertainty. Now we see that what was accumulated (pollution for instance) is in “una ofensiva de lo sensible” as Diego Stzulwark argues. 

The first post is very limited. But I think it opens some minimal possibilities. There is, I think, a connection with the third post: if stories have, in a way, displaced history, wouldn’t it be because our ways of historizing, and of writing stories have been “novellized”? 

2. The second post tries to connect some of the ideas of the first post with, more or less, a specific context. What can be said about the way fiction is currently being written? As I tried to show, while it might be said that fiction these days is merely “itemising” the aesthetic, the thing is that “itemising”, as a narrative process/figure, is showing something that comes “naturaly” when producing a work of “fiction”, or writing in general. It isn’t that works like Luiselli’s or Knausgard’s are merely exposing the “phantom threads” that support the whole process of writing (we could say that this is the purpose of Marx after he formulates the process of “so-called” primitive accumulation and then comments the bloody legislations and so on), but that their “itemisation” is an attempt to count (to tell) without accumulating, that is to prepare the terrain for a line of flight, or to simply trigger it. 

What interests me, then, are works of writing (fiction) that exhibit the process of writing as “accumulation” while also they attempt to suspend and/or trigger a line of flight. These works, as I later tried to suggest in the third post, would be connected to the way certain things “crack-up”. I aim to work with “authors” like Reinaldo Arenas, Burgos-Menchú and Moya (here it becomes very obvious that I have a problem with temporalization); Roberto Bolaño [not sure about this one] and Mario Levrero (the space trilogy and La novela luminosa); and César Aira and Valeria Luselli. My intention is to divide the thesis in three. The first part would be dedicated to Arenas and “testimonio” / Menchú-Moya; the second part would be an intermezzo with Bolaño and Levrero, and the third one would be dedicated to Aira and Luiselli. 

This division is motivated by my intention to “connect” works of fiction and “critique” to history and the political. The first part of the project would be guided by the Fitzgeraldian question, “how things came to be like this?”. The third part by the Leninist one, “what is to be done?”. What I pursue with these questions is not to propose a contradiction between them. My intention is neither to show how these two perspectives are to a certain extend closer to each other, as Erin Graff Zivin has pointed out about the “tragic” and “utopian” political left perspectives (Anarchaeologies 31-32), but to point out that these two questions (the Fitzgeraldian and the Leninist one) are part of an assemblage that opens and closes possibilities for the left. These two questions are part of an abstract machine. The intermezzo, in the other hand, seeks for both the suspension and the possibility of a line of flight. Bolaño and Levrero recount the possibility of the machine to move on. 

(This section —from this post— is very loose and not very specific)

3.  With the third post, I tried to connect the first and the second post’s ideas about history and the “literary”. At the same time, I tried to question what is really at stake with “stories”. That is, if the “novellation” of history and of the novel has somehow “mixed and confused” perceptions, what place do stories hold? The question (problem?) of stories is not about differentiating truth from lies. But it is true that fiction is close to lies and once we hear enough lies, we are closer of not recognizing truth at all but still able to enjoy fiction. At the same time if we cannot stop narrativization (fiction, good or bad) or lying in general, what can we do with lies, errors, mistakes, evil? What is to be done? How things have become to be like this without us knowing it? When did we crack-up? All this questions of course demand a political (Lenin) and a pre-political (Fitzgerald) stand. Clearly, stories share things with lies, (errors and so on). But there is also the chance that both stories (and lies too) could open and call for the exodus, to abandon even the hope of truth and content ourselves instead with stories (?) —or better to escape while also adding. 

At the end of the third post, I suggested (poorly and confusing [but I think I want to save some of these ideas] that “stories” have a way of “adding”, counting (as EGZ recalls from Rancière). This process of “addition” is similar, or close, to what happens to an addict, a body that persists but is unstable and destabilizing but stable in his repetition of habits. Addiction is, then, a way of hanging to being, but also a path without clear ending, a brief line of flight. I would like to argue that there is a thread that connects Arenas and Luiselli (passing through testimonio [Menchú, Moya], Bolaño and Levrero and Aira). 

(This is too vague, I know)

Comments: 

-It is all too general, and I might be a little lost. At the same time, I think the idea of accumulation could be very productive. Specially if I start developing it more. I would like to work with 3 (ar least) different ways that accumulation happens: in capitalism (addition by subtraction [a.k.a accumulation by dispossession]); as addiction; and then as addition [a form of accelerationism (?).

-I have a (severe) problem with temporalization. Two posts dwell in “colonial” times. I need to work on this. 

-I need to connect the dots with the intended authors that I would like to work with. I also need to clarify the connection between history, literature and politics. 

-Something I’ve been thinking about and, so far, I merely named in the posts, is the idea of literature as a sphere a la Sloterdijk. I think this is an interesting idea, but I haven’t developed it more.