Durante el primer parte del Raza de Bronce por Alcides Arguedas, la protagonista Agiali se enamora y se compromete con Wata-Wara, una mujer hermosa. Después del compromiso, Agiali y Quilco y Manudo, sus amigos, emprenden un viaje por Bolivia para intentar vender semillas y algunos de los artículos de su jefe, el patrón. El patrón controla su tierra que fue robada a los indios, los obliga a comprar productos en su tienda a un precio increíblemente alto y con frecuencia elige a cuál de las mujeres le gustaría llevar a la cama. Esta explotación de las indígenas, especialmente de los cuerpos de las mujeres, desafortunadamente es un tema común en todos los países, y también se mostró en la novela anterior Aves sin Nido. Durante el viaje de Agiali, Quilco y Manudo, no hay mucha comida. El terreno es duro y el viaje es largo y difícil. Después de un largo tiempo de lucha, su viaje comienza a ir mal rápidamente. Un día una tormenta trae una inundación repentina al valle que están cruzando. Durante la tormenta, uno de los burros es barrido en un río rápido. Manudo mira con horror cómo el burro es arrastrado, y desesperado intenta ir tras él en un intento de salvarlo. Sin embargo, el río era demasiado rápido para que Manudo luchará contra su atracción, y fue arrastrado con su burro.
Es en este momento, en mi opinión, que muestra al lector lo maltratados que son los indígenas. Agiali y Quilco, en vez de llorar la pérdida de su amigo y compañero de viaje, se enfocan en la pérdida del dinero que llevaba. En una bolsa alrededor de su cuello había 40 pesos, suficiente dinero para comprar las semillas que necesitaban para devolverle al patrón. Uno de los hombres consideró huir, dejar atrás a su familia y su hogar, solo para evitar las consecuencias de perder los pesos. Esto muestra la cantidad de poder que tiene el hombre blanco sobre los indígenas. Para algunos hombres, sería mejor vivir una vida de vagabundo que regresar al patrón con las manos vacías. El grupo no puede estar seguro de cuál sería su castigo exacto, pero el miedo que el hombre blanco usa para controlar la mente de los indígenas es suficiente para hacerles preguntar que vuelvan a ver a sus familias. Este miedo a las consecuencias los lleva a buscar ayuda y eventualmente sacar el cuerpo sin vida de su amigo del río, solo para llevar la bolsa alrededor de su cuello; contiene lo único valioso de este hombre indigno.
Towards the end of Clorinda Matto de Turner’s Aves sin nido (1889), the mestizo couple Fernando and Lucía Marín, who are in effect the book’s heroes, because they are sufficiently enlightened to take pity on Peru’s indigenous peoples, are shown leaving the highland town of Kíllac where most of the novel’s plot is set. With them are two young indigenous girls, Margarita and Rosalía, their daughters who they are adopting because their parents have died, victims of violence stirred up by the town’s local authorities. There is no place for them in Kíllac, which is (as another character has declared, pages earlier) “barbaric” (49) and perhaps beyond salvation. If there is a future for the girls, it can only be in Lima, the nation’s capital and “antechamber of Heaven” from which can be glimpsed “the throne of Glory and Fortune” (80). Just as much to the point, moreover, is the fact that the Maríns themselves are hardly safe in the Andes. It was their efforts on behalf of the indigenous that provoked the disturbance in which the girls’ parents were killed. It’s time to get out of Dodge.